Por: Claudia Zavala
Carmen Molina-Tamacas, periodista y antropóloga salvadoreña, residente en Brooklyn, Nueva York, comparte con entusiasmo su más reciente proyecto editorial: “SalviYorkers”, un libro que, según la autora, aspira a ser “un punto de partida para que las nuevas y futuras generaciones transnacionales cuestionen de dónde vienen y construyan puentes basados en el diálogo y la comprensión”. La estructura y el contenido de esta publicación, según explica, se fue gestando en paralelo al proceso migratorio personal que ha ido viviendo, desde que llegó a la Gran Manzana, en junio de 2011, junto a su pequeña hija.
“Tomé la decisión de emigrar, junto a mi esposo. Él es de origen salvadoreño, pero nacido en Estados Unidos. Había vivido en El Salvador un tiempo, para ayudar a su mamá en un negocio. Pero, al quedarse sin trabajo, ya no surgieron buenas oportunidades para él en nuestro país. Teníamos ya una niña pequeña que mantener y decidimos apostar por un cambio. Aunque cuando llegué traía un contrato como corresponsal de El Diario de Hoy, me sentía totalmente desubicada, aislada. La mayoría de salvadoreños reside en Long Island, a hora y media en tren, desde Brooklyn. Rentar un carro para llegar me costaba unos 75 dólares y por la nota me pagaban 75. Así que no compensaba. Pero aún así me tuve que mover para hacer varias historias, hasta que una periodista texano-mexicana Michelle García, que había conocido en El Salvador, me conectó con Erika González, directora de El Diario de Nueva York y con Miguel Ramírez, un importante líder y activista salvadoreño que ha trabajado el tema de inmigración y Derechos Humanos, desde la alcaldía de Nueva York. Ahí ya más o menos comencé a tejer una red de contactos, pero no fue fácil”.
Los años de experiencia en diversos medios periodísticos salvadoreños y su permiso para trabajar legalmente fueron su punto de partida para ser aceptada como freelance en El Diario de Nueva York, en el año 2012. Al poco tiempo, el periódico fue comprado por un medio de comunicación más grande, hubo un recorte de personal y un cambio en la Dirección Ejecutiva. Carmen se quedó desempleada y embarazada de su segundo hijo. Esta vez, fue Yurina Espino, periodista salvadoreña que trabajaba en “La Opinión”, de Los Ángeles, quien la volvió a conectar con el medio. En esa segunda fase y siempre como freelance, a Carmen le fueron asignadas las temáticas de educación, salud, inmigración y suplementos especiales. “Nueva York es una ciudad dura. Nadie te espera con trabajo. Además, nosotros estábamos solos, sin familia cercana. Es muy entrópico, un gran relajo, intentar equilibrar la maternidad con este tipo de trabajo. Incluso para mi esposo, que nació y estudió aquí, fue difícil incorporarse al mercado laboral y estabilizarse”.
Después de una etapa larga como freelance, en 2016, pudo incorporarse a “The Weather Chanel” en español, a tiempo completo. Carmen reconoce que, aunque no ha sido fácil para ella abrirse un hueco en su oficio en una ciudad y un mercado laboral como Nueva York, su experiencia es menos compleja que la que vive la mayoría de personas inmigrantes que llegan a Estados Unidos. Muchos de ellos con una carrera o una buena experiencia profesional, pero que se ven obligados a incorporarse en sectores duros de trabajo como la limpieza y los servicios, en horarios intempestivos y con un clima adverso, porque no encuentran oportunidades o porque no tienen sus documentos migratorios en regla. “Siempre digo que es una fortuna trabajar como periodista. Siendo inmigrante, con la edad que tengo y criando hijos pequeños sin ayuda familiar, no es fácil adaptarte a los horarios de trabajo, al agotamiento de transportarte de un lugar a otro y a soportar el frío de Nueva York. Soy realmente una privilegiada”.
A medida que Carmen desarrollaba sus notas y artículos, y con una mayor carga familiar, al convertirse en madre por segunda vez, evidenciaba el vacío de información y documentación sobre la diáspora salvadoreña en Nueva York. Diversas experiencias, como conocer a Katia Andrade, la “matriarca” de los salvadoreños en la ciudad y su impresionante activismo en los años 50 y 60, significaron un descubrimiento sin precedentes y despertaron en Carmen la necesidad de archivar formalmente su trabajo y plasmarlo en una publicación que pudiese trascender las publicaciones digitales que hacía de manera puntual. Finalmente, el sueño de publicar su libro tomó realmente forma al definir la colaboración con su editor José Fernández Pequeño, un escritor cubano-dominicano residente en Miami.
“El libro es la recopilación de todas estas notas construidas en medio del caos de mi maternidad y de mi proceso migratorio personal. Ha sido el embarazo más largo que he tenido. Mi marido siempre me apoyó. En la última etapa, en el verano de 2019, los niños se fueron a Florida de vacaciones, para que yo pudiera cerrar el manuscrito. Durante dos años, tenía pensado un par de títulos muy ‘periodísticos’ para el libro. En navidad de ese año, cuando ya habíamos cerrado el texto, diseño y maquetación, yo estaba creando los perfiles del libro en redes sociales y tomé el hashtag ‘salviYorkers’ para promocionarlo, por los dos gentilicios que se unen, por la ciudad y porque a los salvadoreños en Estados Unidos, nos dicen ‘salvis’. Entonces, mi esposo me dijo: ‘Carmen, el libro tiene que llamarse ‘SalviYorkers’. ¡Casi me dio ataque, sólo de pensarlo! Yo había propuesto títulos más ‘periodísticos’, por mi propio sesgo profesional. Pero entendí que tenía razón. Le doy todo el crédito. Él es un ‘nerd’ de internet, es creador de productos tecnológicos en la red, sabe lo que funciona. Diseñó la portada del libro y compró la fuente tipográfica de la revista ‘The New Yorker’ para poder usarla. Ahora realmente pienso que yo cociné al niño, lo llevé en la panza y él le puso el nombre… tal y como pasa con los hijos, que uno los pare y el papá va al registro a ponerle el nombre y apellido. También he recibido el apoyo de otros compañeros periodistas. Ha sido un trabajo con un gran nivel intelectual y un esfuerzo personal importante. Hacía mis escritos y revisiones en el tren, de ida y vuelta al trabajo. Mi editor es muy exigente. Espero que él también pueda editar la versión en inglés. Vamos a contratar a una traductora para eso. Son más de 55 mil palabras de texto, en 290 páginas”.
Carmen explica que el libro, que puede adquirirse por Amazon y en envíos especiales que se hacen a El Salvador, está dividido en tres partes. La primera parte es un ensayo histórico periodístico que contextualiza la inmigración en Nueva York, el desarrollo de la comunidad hispana en la ciudad y la expansión de los salvadoreños en Long Island. La segunda, incluye biografías cortas de salvadoreños destacados en diversas ramas del arte (literatura, cine, teatro, música), academia, medicina, entre otras. La tercera parte es una línea del tiempo que abarca noventa años, a partir de la llegada a Brooklyn de una familia ítalo-salvadoreña, en 1929, hasta llegar a la historia de una familia indocumentada en la era de Trump, donde una de sus integrantes llegó en enero de 2019, tras unirse a una de las caravanas de inmigrantes.
Enfocada en la promoción de su libro, dice sentirse sorprendida por la acogida que ha recibido, sobre todo, de parte de la comunidad salvadoreña residente en Estados Unidos y por el papel tan importante de las redes sociales para movilizar su obra. “Hasta ahora estoy cayendo en la cuenta de muchas cosas, del compromiso que escribir estas historias representa, de cómo la gente se espeja en las experiencias de otros. Ha removido mucho más de lo que esperaba. Algunas personas que han leído el libro me escriben y me cuentan sus propias historias que dan para otro libro. Mis hijos lo ven y se sienten felices y orgullosos de ser también ‘salviYorkers’. Navegamos en esa mezcla cultural entre lo salvadoreño y estadounidense. Aunque, personalmente, estoy en permanente búsqueda, eso es lo que somos ahora”, finaliza.