Por: Claudia Zavala
Esta es la historia de una salvadoreña, campeona de ajedrez, cuyo amor por ese juego y por uno de los mejores ajedrecistas del mundo la llevó a tomar una de las decisiones más radicales en su vida: dejar su tierra y empezar de cero a miles de kilómetros de su país, en Holanda.
Nacida en 1984, Lorena Zepeda despertó una temprana vocación hacia este deporte, en gran parte, alentada por su padre, Rafael Zepeda, destacado ajedrecista salvadoreño. Él inculcó en sus hijas Sonia y Lorena una pasión que, con el tiempo, convirtió a la familia en un hogar de campeones. “Recuerdo que, siendo muy pequeña, después de las clases de natación, mi papá nos llevaba a la Federación de Ajedrez, a verlo jugar. Fue así como aprendimos y, poco a poco, empezamos a entrenar”. Cuando Lorena tenía 10 años, participó en su primer campeonato y quedó en tercer lugar. En 1995 y 1996, respectivamente, triunfó en torneos infantiles, comenzando así una carrera, durante los siguientes años, que la llevó a coronarse como campeona nacional, campeona de Centroamérica y del Caribe y Maestra Internacional Femenina (MIF). Su esfuerzo y disciplina la convirtieron en una de las máximas figuras del ajedrez, en un país donde este deporte no goza de gran apoyo ni es seguido por las masas.
Así, en medio de múltiples campeonatos y una destacada suma de medallas, Lorena conoció al que se convertiría en su esposo. Era el año 2008, en Alemania. Se trataba de Loek van Wely, un Gran Maestro Internacional de ajedrez de los Países Bajos, que representa a Holanda en torneos mundiales. “Quizá habíamos coincidido antes en algún otro torneo, pero no nos habíamos ubicado. Esa era una Olimpiada Mundial, había muchísima gente. Aún así nos encontramos. Él dice que, al principio, no quise hablarle. Una amiga nos presentó. Se dio todo de manera natural y comenzamos a tener comunicación después, por internet. Hablábamos de nosotros y de ajedrez, por supuesto”.
Los constantes correos fueron construyendo, poco a poco, una relación más profunda que se transformó en algo más especial. Así, en abril y mayo de 2009, en Estados Unidos, se encontraron nuevamente como amigos, en torneos de ajedrez, pero, en julio de ese mismo año, decidieron formalizar su relación como pareja. Loek visitó a la familia de Lorena en El Salvador ese mismo año. “Esa visita fue graciosa, porque mi familia le echó los perros de la casa a él, bromeando, pero Loek se acopló bien. Se los ganó, porque les llevaba comida y a los dos días ya le estaban moviendo la cola. Recuerdo que le llamó la atención la cantidad de frijoles que comemos en El Salvador, a todas horas, y se asombró mucho de la minuta de limón con chile. No le entraba en la cabeza que hiciéramos esa combinación de sabores. Me decía ¿pero por qué hacen eso?”.
Luego de establecer una sólida relación de novios, entre viajes y torneos, la pareja se casó en el año 2013, en El Salvador. Entonces, Lorena inició el proceso legal que le exigía Holanda para poder emigrar y vivir con su marido en el país europeo: papeles, exámenes médicos, aprendizaje del idioma… Mientras completaba todos los requerimientos, viajaba con su visado de turista y se quedaba el máximo de 90 días que le concedía la ley, para compartir con su esposo, y volvía de nuevo a su país. Hasta que, en el año 2015, recibió la autorización definitiva para residir en Holanda.
Lorena cuenta que el contacto con su familia y su tierra siempre ha sido constante, “incluso ese mismo año 2015, cuando me trasladé definitivamente, tuve la oportunidad de visitar a mi familia en dos ocasiones. Las cosas cambiaron totalmente cuando me quedé embarazada, pues debía cuidarme más. Además, salió lo de la enfermedad del Zica, que generó alarma mundial, y ya no pude viajar más. Mi hijo nació, en junio de 2016”.
Aunque la ajedrecista estaba bastante familiarizada con la cultura, el clima y las costumbres de la tierra de los tulipanes, cuenta que mentalmente le afectó el entender que su proceso de integración en Holanda ahora debía realizarse a otro nivel, pues ya había dejado de ser una turista o visitante de cortas estancias. “En estos años, para mí, el clima ha sido lo más difícil de sobrellevar. El invierno es súper frio y gris, llueve mucho. La manera de comer también es distinta. Hacen un desayuno y almuerzo bastante light y la cena es más fuerte. Pero, por lo demás, la gente es amable, educada, ordenada, limpia. Es una sociedad bastante segura. Con el ajedrez pude conocer varios lugares distintos a mi país y, de alguna manera, me ha ayudado a saber integrarme en entornos diferentes al mío”.
Lorena cuenta que uno de los aspectos que más le gustan es la apuesta del país en el desarrollo del hábito de la lectura en los niños, pues reciben en casa el carnet de la biblioteca pública, desde que son prácticamente bebés. Y es gratuito hasta los 18 años. La mentalidad de “ventanas abiertas” también es característica de esta sociedad, según explica: “nadie se mete con nadie. Puedes tener ventanas abiertas, sin cortinas, y nadie va a estar asomándose, para ver qué hay en tu casa. Se respeta mucho la privacidad de la gente”.
Después de varios años, Lorena reconoce que su talón de Aquiles sigue siendo el dominio del idioma holandés. “¡Hay fonemas que son muy difíciles de pronunciar! Es una tarea pendiente para mí seguir mejorando. Holanda exige un examen de lengua y cultura, para poder certificar una especie de diploma de integración, que es algo que va vinculado a la residencia temporal. Ponen multa, si uno no lo hace, y conceden otros 3 años para seguirse preparando. En mi caso, el ‘problema’ ha sido que casi todo mundo habla inglés aqui y yo así he podido desenvolverme bien. Si fuese todo sólo en holandés, la presión de aprenderlo sería mayor. Pero, aún así, debo mejorarlo, porque es el país donde vivo y también el idioma de mis hijos y mi esposo”.
Ella cuenta que en su casa se hablan los tres idiomas: entre ella y su marido, inglés; entre su marido y su hijo, holandés; y entre ella y su hijo, español. “Mi niño, tan pequeñito, ya nota la diferencia. Sólo me hace caso cuando le hablo en español, aunque me contesta en inglés. Si le hablo en holandés, ni me vuelve a ver, no reacciona. ¡Realmente lo debo de hablar muy mal! jajaja!!!”.
Actualmente, Lorena tiene 7 meses de embarazo, y espera la llegada de una niña, para el próximo mes de noviembre. La crianza de los hijos es uno de los elementos de contraste cultural que más evidencia entre Holanda y El Salvador. “En nuestro país, la familia es más amplia y todo mundo participa en el cuidado de tu hijo: los abuelos, los tíos, los primos… aquí es diferente. Las familias son más nucleares, no extendidas; generalmente, se ven sólo en fechas especiales, como cumpleaños o navidad. Ahora ya vivimos más cerca de donde mis suegros y los visitamos más, pero antes era distinto. Uno tiene que acostumbrarse a criar prácticamente sola a su hijo. Y más, en mi caso, pues Loek cuando tiene torneos está fuera de casa, durante varios días o semanas”.
Paralelo a su carrera como ajedrecista, Lorena es graduada en Ingeniería Industrial. Pero su entrega al deporte ha hecho que no haya trabajado nunca en su área de estudios. “Decidí dedicarme este tiempo a cuidar a mis hijos. Juego, cuando puedo, pero no es como antes. Cuando nazca mi hija, también quiero disfrutarla como al mayor. Es una etapa de la vida. Pasará pronto y no me la quiero perder. Cuando mi niña tenga dos años, si puedo, volveré de lleno a los campeonatos… implica empezar prácticamente de cero con los entrenamientos pues hay que afinar la agilidad mental, el cálculo… ya veré. Si no, daré clases, o me encantaría poder trabajar en algo relacionado a mi carrera, ¿por qué no? Soy consciente de que soy muy afortunada de poder tomarme este tiempo. De tener a mi mamá jubilada que puede venir a ayudarme con mi niña, dentro de pocas semanas, así como hizo con mi primer hijo. Me gustaría aprender a ser más suelta y confiada como son aqui con los niños. A darles mucha libertad y espacio para que experimenten. Aprendo las cosas positivas de la cultura de este país y me quedo con lo bueno que ya traigo de la mía. Y creo que he podido generar un buen balance”, finaliza.