Por: Claudia Zavala
Tener la oportunidad de experimentar dos procesos migratorios en un mismo país, en dos etapas distintas de la vida, no siempre ocurre. Rosmery Santamaría de Ramírez comparte cómo fueron sus vivencias, en Alemania, en 1988, cuando llegó por primera vez, y 23 años después, cuando emigró, nuevamente, desde su El Salvador natal.
Originaria de Suchitoto, Rosmery era una estudiante de Odontología cuando su esposo viajó a Alemania, para realizar sus estudios de Maestría en Ingeniería Electrónica, en 1987. “Yo me quedé terminando mi carrera universitaria y viajé un año después, con mi hija que entonces tenía 3 añitos”.
Con 27 años, llegó a una sociedad que recuerda muy distinta a la suya: “Aterrizamos en Berlín, donde estaba becado mi esposo. Entonces, era una ciudad muy distinta a la de ahora. Como nuestros permisos legales y nuestra situación social y económica eran de estudiantes, vivíamos al mínimo, en muchas cosas. Yo recuerdo que todo me parecía negativo: el idioma, el clima, la cultura, la gente… fue una época en la que estuve centrada sólo en lo negativo del país y lo pasé realmente mal por eso”.
Rosmery explica que lo que experimentó, en esa época, fue una sociedad fría, cerrada a los demás, en la que las dificultades para los extranjeros eran muchas. “Nos costó bastante acceder a una vivienda. No conocíamos gente y nuestra adaptación no fue fácil. El idioma se me hizo realmente difícil, de verdad, tenía un bloqueo enorme y la adaptación se me volvió complicadísima”.
Los estudios de Maestría de su esposo terminaron, en 1990. En ese tiempo, dos hijos varones hicieron crecer a la familia. Aunque las cosas habían mejorado un poco económica y socialmente y su esposo tenía la oportunidad de continuar con sus estudios de Doctorado, Rosmery cuenta que le sugirió regresar a El Salvador pues ella, además, quería terminar el año social de su carrera, de la cual ya había egresado. “Mi parte profesional pesó. Pero creo que también la nostalgia por el país y mi familia hizo mella en mi parte emocional. Soy hija única y estaba acostumbrada a otra dinámica familiar. Extrañaba mucho a mi gente”.
Así, el matrimonio y sus tres hijos de 6, 2 años y 5 meses de edad, regresaron a El Salvador, el 3 de octubre de 1990. Justo el día de la celebración de la Reunificación Alemana, luego de la caída del Muro de Berlín, que se dio en noviembre de 1989. “Fueron fechas históricas tan especiales a nivel mundial, pero yo estaba metida en mi proceso personal. Recuerdo que hasta con alborada nos fuimos ese 3 de octubre de Alemania, nunca lo olvidaré”.
Cuando llegaron a El Salvador, encontraron a un país que recién salía de una guerra. Era el momento de la reconstrucción y, según Rosmery, la incorporación laboral de su marido no fue complicada. “Acababa de terminar la guerra, pero no se percibía tanta inseguridad en las calles. De alguna forma, se sentía un dinamismo económico y una esperanza de avance en la sociedad”. Para que sus hijos no perdieran el nivel del idioma alemán que habían aprendido, los matriculó en la Escuela Alemana de El Salvador. Ella coronó su carrera y comenzó a desarrollarse profesionalmente como odontóloga.
Sin embargo, pese a haber regresado a su cultura y estar, nuevamente, cerca de su familia, Rosmery reconoce que la vuelta no fue como la había imaginado: “Fue súper extraño… pero sentí un choque cultural en mi propio país. Me molestaba la impuntualidad, el ritmo de las cosas, varios detalles de la cultura. Sentía como que algo mío había dejado en Alemania y hasta experimenté nostalgia por ese país. Inconscientemente, lo comparaba todo siempre. No se lo quise decir a mi esposo, porque ya habíamos tomado esa decisión tan importante y pensé que sería cuestión de tiempo que me acoplara, nuevamente”.
Lo que Rosmery comenta que le sucedió es lo que los psicólogos que estudian el tema de duelo migratorio llaman “choque cultural inverso”. Se refiere, básicamente, a un proceso de reajuste y reasimilación dentro de la propia cultura, después de haber vivido en un país diferente, por un período de tiempo. Emerge cuando las personas pasan esa etapa de “recién llegados” a su país y se incorporan a la cotidianidad y rutina laboral y social. Es el momento en que se es consciente de que la propia identidad se ha transformado y que el lugar añorado y la sociedad de origen no es, necesariamente, como la persona los imagina.
En el año 2002, mientras continuaba con su vida familiar y su labor como dentista en Bienestar Magisterial de El Salvador, Rosmery cuenta que comenzó a sentir el deseo intenso de vivir, nuevamente, en Europa. “Se me puso en el corazón que tenía que regresar aquí. Mi deseo inicial era viajar a España. Surgió alguna oportunidad laboral para mí, pero buscábamos también algo para mi esposo y no se dio. Por las razones que sean, en España no se nos abrieron las puertas”, dice.
Años después, sus dos hijos varones tuvieron la oportunidad de viajar a Alemania para estudiar en la universidad, en 2008 y 2009, respetivamente. Ante eso, el matrimonio comenzó a buscar oportunidades laborales en Alemania, enviando currículums y haciendo algunas entrevistas presenciales, en Alemania, que, entonces, no rindieron frutos. “Yo soy cristiana. En ese momento, le pedí dirección a Dios, para que me ayudara a tomar decisiones y nos mostrara el camino a seguir. Tiempo después, a mi yerno le salió una beca de estudios en Alemania, por lo que mi hija se trasladó, por un tiempo, a vivir ahí también”.
Mientras continuaba con su vida en El Salvador y teniendo a sus hijos estudiando en Alemania, el matrimonio volvió a intentar nuevamente una búsqueda de empleo, en 2011. “Esta vez fue sorprendente. Mi esposo hizo dos entrevistas por Skype, no tuvo que viajar como las veces anteriores. Fueron sin mayor expectativa y una de ellas fue la que salió bien al final. Fue muy bueno, porque se trataba de la misma empresa en la que él trabajaba en El Salvador y en donde ya ha cumplido 25 años de laborar”.
Así, después de 23 años de su primera experiencia, Rosmery volvió a Alemania, en noviembre de 2011. Se instalaron en Fürth, una ciudad de Baviera, ubicada a 10 kilómetros de Núremberg, en el sur del país. “No sé si tendrá que ver la edad, regresé con 50 años, o nuestro estatus que es distinto. Ya no somos estudiantes, sino profesionales. Veo las cosas de manera diferente. Mi actitud mental y emocional también ha sido otra. Mi interés y esfuerzo por aprender el idioma es bien alto. Aunque me cuesta mucho, estoy enfocada en hacerlo y, sobre todo, valoro profundamente la oportunidad que tengo con una experiencia como esta, en este momento de mi vida”.
Rosmery también afirma que, “sorprendentemente”, se dieron las cosas para que pudieran adquirir una casa muy bonita y en excelentes condiciones, pese a estar “en el límite de todo”: “Éstábamos prácticamente recién llegados, teníamos ya una edad para que el banco nos la aprobara, no somos jovencitos, también hacía falta resolver muchos papeles de extranjería, pero fue increíble cómo apareció gente que nos ayudó en todo. Todavía estamos con la boca abierta por cómo se dio todo. Definitivamente, Dios tenía un propósito para nosotros en este país”, añade.
Uno de los aspectos que han marcado las condiciones de su segunda oportunidad migratoria es el proceso de integración social que ha tenido en la ciudad en la que reside. Desarrollando su fe como una misión de vida, ella y su familia participan en una iglesia cristiana alemana- latina, en su localidad. “Trabajo con un grupo de mujeres latinas, en su gran mayoría, de Cuba, Brasil y Venezuela. Ayudamos a otras mujeres que tienen diversos tipos de problemas. También mandamos ayuda, como ropa y comida, a países como Líbano y Siria. Cuido a niños refugiados sirios que han llegado a este país huyendo de la guerra y que sus madres están estudiando alemán o empezando a trabajar en lo que pueden. Involucrarme en esa labor social tan necesaria ha hecho que mi vida ahora tenga un sentido distinto y que entienda muchas cosas del sistema alemán que antes no comprendía”.
Su objetivo por aprender el idioma alemán es prioritario. “Mi profesora es de origen argentino, casada con un alemán, y me dice que no desespere, que este aprendizaje lleva tiempo. Voy a cumplir 56 años y muchas personas de mi edad siguen aprendiendo. Hay gente a la que se le da con facilidad, como mi esposo, que lo aprendió en 6 meses. Mis hijos lo aprendieron desde pequeños. A mí se me resiste un poco, pero no pierdo mi empeño en conseguirlo”.
El carácter, en general, de la cultura alemana es algo que ahora lo valora también de manera diferente: “Es verdad que ellos son secos, serios. No se abren fácilmente a los demás. Pero, cuando lo conocen a uno, son personas sinceras. Si le van a hacer un favor, se lo hacen de verdad. Creo que hay muchas cosas positivas que uno puede aprender de ellos. Por ejemplo, lo cívicos y limpios que son con el tema de la basura; la puntualidad, en lo que son súmamente estrictos. Viven la dinámica familiar de otra manera, pues los hijos muchas veces se van del hogar al cumplir los 18 años y los padres se quedan solos y mayores en casa. Quizá por eso son tan secos con el mundo”. También destaca la calidad del transporte público y la seguridad en las calles alemanas, al menos la de la ciudad en la que vive. “Es una lástima, pero en mi último viaje a El Salvador ya me daba miedo andar en bus. Ese temor de andar en la calle y que a uno le pueden robar o hacer algo, hace que la gente no pueda vivir tranquilamente”.
El tiempo que dure este ciclo migratorio es indefinido aún, pues ella relata que esperan que su esposo se jubile laboralmente en Alemania. El compromiso familiar en la iglesia de la localidad también pesa, pues incluso uno de sus hijos lidera el grupo juvenil de la congregación. “Aquí no hay necesidad económica, como en nuestro país, pero sí siento que hay una gran necesidad espiritual. Las vivencias de esas mujeres que ayudamos con sus hijos muchas veces son complicadas, pues estas también son sociedades en las que la familia puede desintegrarse fácilmente y los hijos toman caminos no adecuados. Cuando vienen misioneros de Brasil y El Salvador, les abrimos la puerta de nuestra casa, porque sentimos que así estamos devolviendo esa gran bendición que nos ha sido dada. Cuando le hablo al corazón de una mujer que está pasando por dificultades o una etapa dolorosa, les digo que las comprendo, que no es fácil, que este es el ‘segundo round’ para mí en este país. Que no importa si lo intentaron una o dos veces y no pudieron, que sigan adelante, que no pierdan la esperanza. Que se alejen de personas negativas, tengan fe y, sobre todo, se mentalicen en sus objetivos. Eso es lo fundamental para seguir adelante y ser felices en esta vida”.