“A las hijas de inmigrantes hay que decirles que sí pueden”

Por: Claudia Zavala

El deseo de formarse como diseñadora de modas fue lo que impulsó a Caro Gómez a salir de su natal El Salvador, en el año 2003. Tenía 19 años y toda la ilusión del mundo de aprender y crear un día su propia firma de modas. Contando con el apoyo de sus padres y movida por una determinación de conseguir su meta, el destino elegido fue Italia, exactamente el Instituto Marangoni, en Milán. Uno de los más reconocidos en su ámbito, a nivel internacional. Pero las inocentes expectativas de Caro chocaron con la dura realidad que encontró: “Milán me pareció un lugar frío, distante, muy competitivo. El ambiente me pareció muy superficial, de apariencias. Los italianos no se mezclaban con los extranjeros. Era una época en la que la comunidad latina no era tan fuerte o, al menos yo, no la logré ubicar. Me sentí sola, desconectada. Y, como siempre he sido aventada, decidí buscar otra opción, porque sentí que ese no era mi lugar, que me había equivocado”.

Aprovechando que su hermano residía en Estados Unidos y teniendo ya un dominio del idioma inglés desde su etapa escolar, aterrizó en Alabama, a principios de 2004. Como sólo tenía visa de turista, después de buscar más opciones de formación, a los 6 meses tuvo que salir del país, con la idea de volver nuevamente, esta vez con el permiso de estudiante legal. Su sorpresa fue que cuando quiso entrar otra vez, vía Atlanta, en el aeropuerto le dijeron que estaba en una “lista negra”, porque en su anterior estancia había excedido un día de permiso, lo que significa una falta grave para las leyes migratorias estadounidenses. “Pase a ese cuartito –me dijeron- Me explicaron que me iban a deportar y que, mientras esperaba el próximo vuelo a El Salvador, que salía al día siguiente, debía esperar en otro lugar. Y en un carrito me llevaron a la oficina de detención, que es como la prisión de Migración del aeropuerto. Ahí coincidí con una mujer africana que llevaba casi un año de espera ahí, porque su caso se había complicado. Me asusté. Pero, a la madrugada siguiente me sacaron y me enviaron de regreso a El Salvador. Mis papás me estaban esperando al llegar. Hasta el día de hoy no puedo entrar en Estados Unidos, ni por tránsito. He solicitado varias veces la visa y me la han negado sólo por ese día. A pesar de eso, nuevamente, comencé a buscar otras opciones para estudiar lo que quería, porque en El Salvador, en esa época, no existía esa carrera y no había apoyo a la industria creativa”.

Caro buscó y buscó hasta que dio con una alternativa interesante, pero altamente ambiciosa: El Central Saint Martins, en Londres, considerada la mejor escuela de diseño del mundo y que ha visto pasar por sus aulas a grandes de la moda como Stella McCartney, John Galliano y Alexander McQueen. Se esforzó por cumplir a rajatabla los requisitos y su excelente récord académico fue clave para conseguir una beca de estudios. Incluso, al principio, hizo un curso preparatorio exclusivamente para diseñar su portafolio, uno de los principales filtros que son calificados escrupulosamente para poder ingresar. “Además, yo había estudiado un bachillerato físico-matemático. No me consideraba una persona artística y creativa”, relata. Sin embargo, su dedicación, el incondicional apoyo de sus padres y la buena fortuna la acompañaron y, en abril de 2004, empezó a formarse en la mejor escuela de modas que jamás hubiese imaginado.

Londres la impactó a su llegada. Cuenta que le advirtieron que la zona en la que quedaba su residencia estudiantil era un poco peligrosa, “pero yo venía de El Salvador, así que me parecieron bastante exagerados. Nosotros estamos acostumbrados a esa tensión en las calles y a la inseguridad permanente. Me gustó la diversidad de la ciudad, la mezcla cultural y, sobre todo, el hecho de que a los londinenses les daba curiosidad saber de mi país, de mis costumbres. Me preguntaban por la ubicación, por su historia… me gustaba sentirme diferente por mis raíces. Es algo de lo que siempre me he sentido muy orgullosa. Nunca me he sentido menospreciada por ser salvadoreña”.

Aunque social y culturalmente se sentía integrada, Caro reconoce que el altísimo nivel de la escuela la abrumó por completo. El resto de sus compañeros ya ingresaban con una base en artes que ella echaba en falta y que se notaba en su rendimiento, por muy intenso que fuese su esfuerzo.  Su idea era realizar la licenciatura de 4 años. De remate, su área de interés, la moda para mujeres, era la más competitiva de todas las especializaciones y la que menos plazas tenía. Luego de su primer año de estudios, ella revive el momento que significó un antes y un después en esa etapa de su vida: “Hubo una evaluación de un panel de 4 profesores de mi portafolio y de lo que había hecho ese año. Me dijeron claramente que no era buena para la especialización que quería. Que intentara en el área de textiles, que tal vez ahí… ¡Para mí fue un balde de agua fría! En ese momento, afloró toda mi inseguridad, inexperiencia, miedo a no dar la talla, en fin… me creí por completo lo que me dijeron. Y decidí especializarme en textiles, un área menos competitiva, enterrando el sueño que me había llevado hasta ese lugar”.

Así, con ese amargo sabor de boca, pero intentando aprovechar la oportunidad que ya tenía, terminó los siguientes tres años de estudio. Frente al carísimo nivel de vida en Londres, cuenta que desde el primer año de universidad compaginó sus estudios con trabajos que le generaban ingresos para sus libros, el transporte y otros pequeños gastos. La ley británica permite a los estudiantes extranjeros trabajar legalmente medio tiempo. Caro se empleó en una pequeña tienda que vendía pizzas y pollos, en la que le pagaban 5 libras la hora, cuando entonces, el salario mínimo era de 7.80 libras/hora. “Yo decía ‘algo es algo’. Ahora lo pienso y digo, qué barbaridad, ¡cómo se aprovecharon! Yo hacía desde pelar pollos, hasta la limpieza completa del negocio. Intenté cambiarme a un Starbucks, pero no me aceptaron, porque no tenía experiencia”.

En su búsqueda de ingresos, llegó a trabajar a un pub, donde conoció a un chico francés con el que empezó una relación. Era su último año de universidad. Él estaba aprendiendo inglés y ella apenas entendía francés. Sin embargo, la relación prosperó y, al año de estar juntos, Caro supo que estaba embarazada. “Nos asustamos, al principio, porque ambos éramos muy jóvenes y no teníamos ningún tipo de estabilidad. Pero decidimos seguir adelante con todo”.

Los primeros meses de gestación también desencadenaron otras decisiones en la pareja: “Me acuerdo que yo estaba de vacaciones en El Salvador con mis papás y recibí un paquete de Fedex. Era un anillo de compromiso. Mi novio realmente no creía en el matrimonio, pero me mandó una carta diciéndome que quería estar conmigo siempre y que si quería casarme con él… Su mamá nos organizó una pequeña celebración por lo civil, en Francia. Nos casamos, a finales de 2007”.

Su hija Maya nació, en enero de 2008, en Londres. A pesar del cansancio de los primeros meses de maternidad, y con la ayuda de su tutora que la visitaba en su casa en la etapa de postparto, para revisar su trabajo, Caro se graduó en junio de 2008. Realizó su tesis sobre cómo El Salvador podría tener una industria de moda, basada en textiles realizados por comunidades indígenas. Su trabajo académico fue publicado y bien valorado. Finalizada la etapa del Central Saint Martins, se topaba con la cruda realidad de salir de la “burbuja” académica en la que había estado. Tenía 24 años. “Debía enfrentar mis responsabilidades económicas y la crianza de mi hija. Me enfoqué en trabajar en lo que saliera, por pura necesidad y porque no soy mujer de quedarme en casa. Quería seguir desarrollándome y tener independencia. Es algo que aprendí de mi mamá. Ella ha sido siempre muy emprendedora e intensamente trabajadora”.

Luego de hacer prácticas por un tiempo, fue contratada en una organización que gestionaba una comunidad de arte para adultos. Durante cinco años, Caro fue la encargada de producir eventos, gestionar las redes sociales de la entidad y demás actividades de comunicación. Después, consiguió una oportunidad en una startup de diseño de interiores. Se encargó del diseño y construcción de marca, realizar y mantener su página web y gestionar sus redes sociales. Luego, otra oportunidad laboral llegó, lo que significó un evidente salto financiero para Caro. Comenzó a trabajar en bienes y raíces, comprando inmuebles, para reformarlos y luego convertirlos en apartamentos para rentar. Sus ingresos eran altos y el trabajo le quedaba cerca de casa. Paralelamente a esa “buena racha” laboral, la pareja dio la bienvenida a su segunda hija, Cielo.

“Me sentía agradecida por lo que tenía pero, en el fondo, yo no era feliz. No me gustaba mi trabajo. Después de un año de permanecer dedicada a mis hijas y reflexionar mucho, pensé que era el momento de hacer algo propio. Desde casa, creé una agencia de redes sociales, para ofrecer mis servicios a empresas. Fue fácil para mí y me fue bien. Pero seguía sin llenarme… Pensaba en que siempre estaba ayudando a cumplir los sueños de otra gente y no los míos. Un día, me puse a hacer un ‘vision board’, para intentar sacar todo eso que sentía. Cogí una cartulina blanca, unas revistas, puse música y dije, a ver qué sale… Corté, pegué, pinté y, cuando sentí que lo había sacado todo, unas 2 horas después, di un par de pasos hacia atrás, y me puse a llorar con lo que veía: eran diseños de vestidos, rostros de mujeres, símbolos del medio ambiente… ¡ahí estaba lo que realmente quería! Pensé que no podía pasar otros 10 años huyendo de mí misma. Que ya tenía dos hijas y que tenía que enfrentarme a mis miedos, no sólo por mí, sino también por ellas. No sabía por dónde empezar. Sentía mi autoestima por los suelos”.

Caro recordaba que una amiga suya había mencionado, en Instagram, a una profesional del coaching. La buscó y consiguió su contacto. Esa mujer canadiense se convirtió en una guía en su vida que la ayudó a desenredar la madeja de sus inseguridades y a trazar un plan de vida. Entendió que debía pasar a la acción y que esa “espina” por la moda no se le quitaría hasta que no decidiera intentarlo de manera real. “Un día, cogí una sábana blanca toda vieja que tenía. Hice una pieza sencilla. La decoré con estampados hechos con pinturas de mi hija y lo cosí con la maquinita que tenía. ¡Me quedó súper mal! Todo chiquito de los brazos y del cuello, las bolsas se caían… ¡pero para mí fue lo máximo! Me lo puse como pude y me tomé una foto. Siempre la veo para recordar que ese fue mi punto de partida. Cuando decidí reconectar con mi esencia y atreverme a ser yo realmente”.

Conocedora de las fases necesarias para lanzar una empresa y construir una marca desde cero, durante tres meses, Caro desarrolló un proceso creativo intenso de diseño y de búsqueda de proveedores. Programó una fecha concreta para lanzar su primera colección de modas y superó todos los obstáculos que se le atravesaron para conseguirlo. Con escaso presupuesto y sin tener en miras ningún apoyo financiero, pero exigiéndose a sí misma la mejor calidad para sus prendas, buscó en la comunidad latina de Londres a costureras para que pulieran los diseños que ella había trazado y que tenía perfectamente visualizados. “Pinté las piezas a mano, hice la web, la fotografía… Compré dos máquinas de coser profesionales e instalé en el garaje de mi casa un pequeño taller. Conocí a unas mujeres de Ecuador y de Bolivia, que son maravillosas y me han ayudado a dar forma a lo que plasmo en mis diseños. En nuestros países no se valora la costura. Se toma como un conocimiento doméstico de nuestras madres o abuelas y ya. Lo que ellas hacen es lo que en Francia se llama couture y tienen un talento indescriptible. Aprendo tantísimo de ellas”.

Por fin, en marzo de 2019, Caro lanzó “Neon Jungle”, su primera y deseada colección. Creó su página web www.carogomez.com  para mostrar su propuesta. Contra todo pronóstico, la buena recepción de sus diseños fue tal, que este mismo año fue reconocida como “Fashion designer of the year” en The Lukas (The Latin UK Awards), un prestigioso premio concedido en Londres al talento latinoamericano, en los ámbitos de la música, danza, deporte y artes.

La propuesta creativa de Caro pasa por retomar sus raíces salvadoreñas y apoyar las comunidades de mujeres artesanas de su tierra, para darlas a conocer al resto del mundo. En cada prenda creada, se enfoca en compartir la historia de las mujeres que están detrás de sus tejidos y textiles. Para ella, se trata de construir juntas una “celebración cultural”, lejos de la llamada “apropiación cultural” tan cuestionada hoy en día. “Yo soy salvadoreña. No una extranjera que llega ahí de viaje de turista, toma diseños y los comercializa, sin dar crédito de nada. He estado en La Palma haciendo ropa para niños, en un taller y haciendo alianzas con estas mujeres. Es un trabajo en equipo y nos necesitamos mutuamente. Quiero que mi marca sea una plataforma creativa, una comunidad de mujeres que se apoya y que consigue metas en red. Me gustaría aportar algo para dignificar el oficio de la costura entre las mujeres latinas de Londres que tienen tanto talento. Que dejen esos trabajos de limpieza tan duros en los que ganan mucho menos del sueldo mínimo, trabajando noches y madrugadas. Cuando me dieron el premio, no lo podía creer. ¡Era surrealista para mí! Una de mis mayores batallas durante estos años ha sido trabajar mi autoestima, para creer en mi talento. Todavía sigo en eso. Recientemente, tuve la oportunidad de dar un taller a niñas que son hijas de mujeres inmigrantes que están en un refugio en Londres, porque huyen de sus países, por ser maltratadas. Entendí que el empoderamiento femenino desde la infancia es muy necesario. A ellas hay que decirles que sí pueden. El entorno migratorio te puede condicionar de muchas maneras, pero no determinar quién vas a ser en la vida. Le creí tanto a esa gente que me dijo que no servía para esto. Pero, les agradezco, porque eso me hizo transitar un camino que ahora me ha hecho más fuerte. Pienso invitarlos para el lanzamiento de mi próxima colección. Y que estén en primera fila, si quieren”, finaliza.

 

 

4 comentarios en ““A las hijas de inmigrantes hay que decirles que sí pueden”

  1. Wow impresionante relato de vida soy diseñadora gráfica graduada en El Salvador durante 18 tuve la oportunidad en mi pais de trabajar en grandes empresas en el área textil cómo Hilasal, Texops y Pierre Cardin. Hoy tengo un año de vivir en Maryland junto a mi esposo e hija y apenas estoy entendiendo que significa ser una persona inmigrante y profesional, no es cómo uno se lo ha imaginado. Gracias por compartir estas historias, porque le dan luz en el camino a las que apenas estamos comenzando. Felicidades por ser tan valiente y vencer todos tus miedos!

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