“Como inmigrante en Bélgica, he marcado una diferencia en positivo”

Por: Claudia Zavala

Karina Quiñónez siempre soñó con emigrar. Por desarrollo y crecimiento personal. Por conocer mundo. Por aprender idiomas. Por enfrentar el reto de superar la adversidad en otro entorno. “Tenía un buen trabajo en una aerolínea en El Salvador. Vivía sola y era independiente, con veinte y tantos años. Aún teniendo una ‘buena vida’ en mi país, mi objetivo era emigrar a Canadá y ya había desarrollado un plan para eso”.

Aprender francés y enfocarse en la cultura canadiense era parte del plan, mientras se legalizaban sus permisos migratorios para poder viajar. Lo que no estaba en el plan fue lo que sucedió la noche de enero de 2004, en medio de un viaje con sus dos mejores amigas, para recibir el año nuevo, en Panajachel, un pueblo muy turístico a la orilla del Lago Atitlán, en Guatemala.

Después de cenar, las amigas se fueron a bailar a la discoteca “El chapiteau”. Desde la pista de baile, Karina ubicó a un hombre que estaba solo, sentado en una mesa del lugar. “Yo tenía sed y le pedí a mi amiga que me comprara agua. Ella había visto que el chico me gustaba y, sin mala intención me dijo: ‘si sacas a bailar salsa a ese muchacho, te doy agua’, jajaja! En ese momento, realmente no sé cuál era mi mayor motivación, si hablarle a él o la gran sed que tenía.  Al notar que era turista, le pregunté en inglés: ‘Do you want to dance with me?’. Él me dijo ‘sí’, en español. Y pasamos horas bailando juntos”, recuerda.

Después de comer papas fritas de madrugada, para cerrar la noche de parranda y baile, el momento de la despedida llegó. Karina debía volver a El Salvador con sus amigas y Walter, el turista belga de la historia, debía continuar con su viaje por Guatemala y México. Intercambiaron correos electrónicos. El lunes siguiente, ya incorporada en su trabajo, Karina le envió un correo con una foto de recuerdo de la noche tan alegre que pasaron entre amigos. Su sorpresa fue que, al regresar del almuerzo, él le había contestado. “Desde entonces, nos escribíamos todos los días, al punto que llegamos a enamorarnos. Así, como se oye. Después de varios meses de contacto, decidimos encontrarnos, en julio de 2004, en La Habana, Cuba”.

Afianzados y aún más enamorados después del encuentro, y decididos a compartir su vida, Walter viajó y se instaló en El Salvador, durante tres meses, para convivir con ella y conocer más sobre su cultura. “Yo no le había dicho de mi proceso migratorio para viajar a Canadá. Pero, cuando vi que la relación se puso seria, se lo conté. La convivencia fue buena. Entonces, él me propuso irme a vivir a su país. Con esa propuesta, para mí se cumplían dos deseos: conocer a una persona especial con quien compartir mi vida y poder emigrar. Lo vi como la oportunidad perfecta para desarrollarme como persona”, explica.

Así, después de un corto viaje exploratorio de 10 días, en mayo de 2005, Karina se instaló definitivamente en un pequeño pueblo en la parte flamenca de Bélgica, en septiembre de ese mismo año, para comenzar su nueva vida. Sus primeros meses de estancia fueron, como ella los llama, de completa “luna de miel”. “Estaba muy emocionada, excitada con el cambio, curiosa por aprender. Aunque vivía en un pueblito súper pequeño, salía todos los días a ver mercaditos y panaderías. Pero, cuando el invierno llegó, entonces me cayó el veinte de donde estaba”, reconoce.

Bélgica y la ropa congelada

Karina cuenta que, pese a su actitud positiva y personalidad extrovertida, el duro invierno belga, con lluvia, viento, nieve y a veces temperaturas bajo cero, significó una sacudida en su estado de ánimo. “No estaba preparada para ese clima. No tenía ropa ni zapatos adecuados. Recuerdo que en casa no teníamos secadora. Inocente de mí, al principio, colgaba la ropa afuera, durante el invierno. La tocaba en la tarde y no sólo seguía húmeda, sino medio congelada. Y yo todavía la dejaba más tiempo, para ver si se secaba al día siguiente, jajaja! Recuerdo tanto esa sensación de mis manos congeladas. ¡Claro que fue un choque tremendo!”.

Después de los primeros meses en los que era “la exótica y la novedad” en el pueblo, también comenzó a sentirse sola, pues realmente no conocía a nadie. “Salía a caminar para ver si conocía gente y, aunque las calles estaban urbanizadas, me encontraba sólo con gallinas y vacas. Yo era optimista y pensaba que en navidad ya tendría amigos. Pero, como hace tanto frío, todo mundo estaba encerrado en sus casas. Había pocas personas en la calle y para mí era frustrante no relacionarme socialmente”.

El estudio del flamenco, dialecto del idioma neerlandés que se habla en Flandes, fue una prioridad desde su llegada. Inició un curso intensivo en el que estudiaba tres horas diarias, tres veces a la semana. “Mi objetivo era conseguir un buen nivel para trabajar en mi carrera. No discrimino los trabajos de camarera, limpiadora o cuidadora, que generalmente hacemos los inmigrantes cuando estamos fuera de nuestro país, pero yo quería desarrollarme en mi carrera. Estudiaba mucho para eso”, dice.

Acostumbrada a ser independiente económicamente, la búsqueda de un empleo se convirtió en una idea fija, mientras continuaba estudiando. “Vivía a 40 kilómetros de Bruselas. Ahí se habla francés y en algunas empresas requieren también el inglés. Yo me defendía en ambos idiomas, así que también buscaba opciones laborales ahí, aunque me tocara desplazarme.  Mi marido me decía que no me desesperara, que siguiera estudiando. Seguí así un año entero. Hasta que un día, vi una oferta para trabajar en Amberes, ciudad donde nos habíamos mudado. Era el mes de agosto. Apliqué y me llamaron. Querían a alguien que hablara inglés y español también, era en el área de Sistemas. No me pedían el flamenco ¡Era perfecto para mí, como un milagro!”.

En pocas semanas empezó a trabajar en “Chiquita”, el gigante multinacional de la banana. Una empresa que le permitió desarrollarse en su especialidad profesional y conocer gente de diversos países y culturas.  “Fue un golpe de suerte, una gran experiencia laboral y personal. Ahí conocí a personas especiales que hoy siguen siendo mis amigas. Mi parte social se rescató en ‘Chiquita’. Sin embargo, tres años después de estar trabajando, por razones fiscales, la empresa se trasladó a Suiza e hizo un despido masivo. Otra vez, estaba sin trabajo”, relata.

Era bueno, pero podría ser mejor

Mientras buscaba otro trabajo, retomó sus estudios del flamenco, consciente de que era difícil conseguir otro golpe de suerte como el de su empleo anterior. Desesperada por su estabilidad laboral y decidida a lanzarse, esta vez de forma plena y definitiva, a la inmersión del flamenco, aceptó una propuesta en Gante, una ciudad a una hora de distancia desde Amberes. “Eso sí que fue ‘¡al agua pato!’ para mí. En esta zona hay muchos dialectos. Aunque era en mi área de trabajo, era muy difícil entenderlos. No comprendía nada. Contestaba el teléfono y ¡no entendía nada! Hablaban holandés,  pero el acento era fuerte y distinto. Sufrí mucho en ese tiempo, pero luché por no quedarme ‘lost in translation’. Sin embargo, después de un tiempo de estar ahí, me di cuenta de que no era lo mío. Pensé en todo el tiempo de tu vida que dejas en el transporte en estas ciudades, en ir y venir. En cómo nos conformamos con trabajos y existencias grises, porque creemos que no puede haber otra solución, peor si eres inmigrante. Cuando menos pensamos, se nos ha ido la vida y estamos viejas y amargadas, sin haber conseguido lo que nos hace realmente felices. Yo sabía que ese trabajo me quitaba mucha energía y calidad de vida. Además, en noviembre de 2011, nació mi hija Camila. Recuerdo que salía bien temprano de casa, con un frío horrible, y regresaba tarde. La dejaba en la guardería. Eso me partía el corazón y cada vez era más complicado. Me propuse, entonces, encontrar algo que de verdad se ajustara a lo que yo quería, aunque pareciera imposible de obtener. Pero si no generaba los cambios yo, nadie los haría por mí. Al fin y al cabo, había salido de mi país para desarrollarme plenamente y no iba a descansar hasta conseguirlo”.

Mientras continuaba en ese mismo trabajo, comenzó una búsqueda activa de empleo que, con mucho esfuerzo y sacrificio, le llevó dos años en concretar. Por fin, en 2013, una empresa belga consultora en Sistemas la contrató. “No fue fácil, pasé muchas pruebas, me rechazaron en muchos otros lugares, por el idioma o por lo que fuese, tuve que persistir, hasta conseguirlo. Lo mejor de todo de este trabajo es que está a sólo 8 kilómetros de donde vivo y la mayoría del tiempo trabajo remotamente, desde mi casa”, dice con alegría.

En 2015, comenzó a escribir un blog para expresar y compartir su experiencia personal y laboral en Bélgica (https://karinaquinonez.com). “Me encanta escribir. Comencé a hacerlo en inglés, por cuestiones profesionales. Me enfocaba en la temática de ‘proyect management’, pensando en tener una especie de background online, por si me volvía a quedar sin trabajo. También hablaba de algunas cuestiones relativas a mi experiencia migratoria. Se los compartí a mis compañeros de trabajo. Les gustó tanto mi manera de escribir y plantear los temas, que ahora también colaboro en el departamento de marketing de la empresa, para generar contenido, escribir posts y artículos, una vez por semana. Ha sido muy bueno abrirme a otras áreas de trabajo también”.

Mujeres que se encuentran y crecen

Con la curiosidad e inquietud profesional que la caracterizan, en enero de 2017, Karina decidió junto a unas amigas organizar charlas para mujeres hispano hablantes, residentes en Bélgica. Así nació el proyecto “Xten, encuentros para crecer” (https://www.facebook.com/XtenOrganizacion/). El vocablo “Xten” significa “mujer”, en idioma maya kaqchikel. Aparte de Karina, el grupo está conformado por Nidia, de Guatemala; Lola, de Argentina; y Laura, de España.

“Somos amigas, desde nuestro trabajo en ‘Chiquita’. Las cuatro somos madres latinas y nos unen valores sólidos. Fue una idea loca que nació en un grupo de Whatsapp y hoy es una realidad. Son charlas tipo TED, de unos 15-20 minutos de duración, sobre desarrollo personal, emocional y financiero, que pretenden hacer un llamado a la acción, para que las mujeres transformen su situación. No sólo es cuestión de inspirarlas, sino de decirles ¡muévanse y atrévanse a cambiar su vida! Esa es nuestra manera de generar valor en esta sociedad”.

Karina inauguró su  faceta como speaker con la conferencia “Sí, hay tiempo para mí”, en la que compartió su historia personal y su lucha por conseguir un mejor trabajo, pese a las limitantes lingüísticas, sociales y laborales que encontró  https://www.youtube.com/watch?v=E_6xh093VAA&feature=youtu.be

El balance de sus 12 años de proceso migratorio la lleva a señalar los principales desafíos a los que se ha tenido que enfrentar: “El idioma, el clima y el trabajo”, indica sin titubeos.

“La cultura también es particular. El sentido del humor belga es diferente. Ni sé qué ejemplo ponerte para explicarlo, jajaja! En El Salvador siempre estamos con el doble sentido para todo. Aquí no existe eso. Y los chistes son medio pesados, por lo menos para lo que somos de afuera. En los medios de comunicación, bromean abiertamente con los temas de religión, razas y sexos. Yo soy más prudente y respetuosa, en ese sentido. No me parece bien burlarme de eso, aunque lo hagan con ‘buena intención’. Con el tiempo, te vas acomodando y entendiendo que hay cosas que no puedes cambiar. Por ejemplo, aquí son bien apegados a la agenda. Cuando estaba en clases de flamenco, siempre decía al salir: ‘¿vamos a tomarnos un cafecito?’ Y me veían con cara de ‘what? Uyyy, no, mejor lo tomamos otro día, ahora imposible, déjame ver mi agenda’. Nada que ver con El Salvador, donde llamas a tu comadre y ‘hey, aquí estoy afuera’ y le tocas el timbre en el instante, se toman el café y tan felices”, dice entre risas.

La crianza de los hijos también es un tema distinto de experimentar en Bélgica, desde su punto de vista: “Yo crecí en una cultura donde hay una noción más amplia de crianza, porque está toda la familia colaborando. Aquí la familia es más nuclear, papá, mamá e hijo, nada más. Los primos y abuelos se ven sólo en navidad y fechas especiales. Si se ven, es porque alguien se casó o se murió. Son poco abiertos a dejar que otras personas que no sean de su familia entren en el grupo. La gente no te invita a su casa, es muy raro que pase. Tampoco tienes quien te ayude en casa. Eso hace que toda la responsabilidad paterna y doméstica sea sólo para los padres. Entiendo por qué la gente aquí piensa mucho en tener hijos, porque no es fácil hacerlo sin ayuda. Las bajas maternales, son de unos tres meses. Yo ahora, por la naturaleza de mi trabajo, puedo pasar más tiempo con mi hija, pero no es lo habitual”, señala.

Pese al humor belga a veces un poco complicado de entender para ella, Karina asegura que nunca ha sentido una clara manifestación de discriminación, por sus orígenes. “Me he sentido siempre aceptada y respetada. El hecho de ser inmigrante o latina, lejos de hacerme sentir rechazada, ha sido un elemento que ha marcado una diferencia en positivo para mí. Me han acogido bien. He logrado hacer muchas cosas en este país y no me puedo quejar. Creo que han sabido valorarme desde la diversidad que puedo aportar, y no me han marginado por mis diferencias. En parte, soy lo que soy, precisamente, por esas diferencias. Yo he llegado y he dicho ‘déjenme ponerle esa sazón que ustedes no le dan’, en el buen sentido. Y me han dado la oportunidad de hacerlo. El hecho de ser latina tampoco me convierte en el alma de la fiesta. Pero, eso sí, si hay música, se nota, ¡porque me encanta bailar! y eso no lo voy a cambiar nunca. Al fin y al cabo, mi relación con este país inició con un baile”, finaliza.

5 comentarios en ““Como inmigrante en Bélgica, he marcado una diferencia en positivo”

  1. Preciosa historia !! Karina Ud representa la tenacidad, deseo de emigrar , la superación personal y el positivismo q nosotras como latinas mostramos en cualquier lugar del mundo q emigremos . La felicito por todos sus logros y por ser quien es y marcar la diferencia . Abrazos

    1. Sin duda, la experiencia de Karina en una cultura tan distinta a la suya impresiona bastante. Su actitud ante la adversidad y su fortaleza para enfrentar obstáculos son dignos de admirar. Gracias por su comentario, Leticia. Un abrazo 🙂

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