Por: Claudia Zavala
La fuerza y determinación de Rocío contrastan con su dulce voz al hablar. Es una mujer de trato suave, pero que se descubre potente y decidida, a medida que avanza la conversación. Vive en Corea del Sur, desde hace 6 años. Su marido, coreano, había llegado en el año 2002 a su país natal, El Salvador, a trabajar en un proyecto con la Embajada coreana, para formar a policías salvadoreños. Era también traductor. “Nos conocimos en la universidad, nos enamoramos. Después de vivir 8 años en mi país, en 2010 emigramos juntos a Costa Rica, por el trabajo de él. Estuvimos ahí un tiempo y luego nos trasladamos a Corea”.
Cuando llegó, dice que la sociedad coreana la impactó, sobre todo, por sus formas: La gente es muy contenida, emocionalmente. En la calle, los novios no se toman de la mano y son poco afectivos. Las personas se saludan haciendo una reverencia, no se dan besos. “Eso sí, la primera vez que fui a un sauna, recién llegada, fue terrible porque, aunque están separados hombres y mujeres, ¡todas ellas estaban desnudas! Fui con mi suegra y mis cuñadas, así que ahí me tocó ‘conocerlas’ bien, jaja! Fue una gran vergüenza para mí, porque no estoy acostumbrada a mostrarme así. Cada cultura tiene sus propios pudores”.
Para Rocío, el idioma coreano es lo más difícil que ha tenido que enfrentar, desde su llegada al país. “Es una barrera súper grande, pues es un código totalmente distinto al nuestro. Uno vuelve a ser como un niño, a nivel comunicativo. No sólo el inglés basta, tienes que saber coreano. Hay que hacer un gran esfuerzo para adaptarse. Si no das ese salto, no te integras y te quedas rezagado, en todos los sentidos”, explica.
Un detalle que también llamó su atención fue la manera de cocinar el arroz: “Aquí hay que cocinarlo pegajoso, con mucha agua, tiene que hacerse masa en las manos. Si te queda suelto, no está bien cocinado, porque es otro tipo de grano. Parece una tontería, pero es algo en lo que también he tenido que cambiar el chip. Uno tiene que adaptarse a todo”.
Su formación y experiencia como periodista en su país natal le sirvió de plataforma para orientar su integración laboral en Corea. “Estuve como 4 años trabajando en un proyecto cultural para la alcaldía de Seúl. Me tocaba atender al público, hablando en inglés, español y lo que sabía de coreano. Hasta un poquito de chino aprendí, para explicar lo básico. Sin embargo, no he podido ejercer como periodista, porque todavía no domino el idioma totalmente. Tengo que seguir aprendiendo”, dice.
Con el tiempo, la familia fue creciendo y se sumaron sus tres hijos: Jinsu, Jeongsu y Suae, de 10, 8 y 2 años, respectivamente. El esfuerzo y la demanda de tiempo que exige la crianza de sus hijos no disminuyeron las ganas que Rocío tenía de seguir desarrollándose, como persona y profesional. Por eso, un día, decidió que una manera de seguir enfocada en su vocación periodística y aprovechar su experiencia como guionista de reportajes de Derechos Humanos era escribiendo libros. Cuentos infantiles, en concreto. Así, nació la serie de libros “Uno”, que aborda la temática de Derechos Humanos de la niñez. “Los he hecho en mi tiempo libre, que es poco, pero trato de aprovecharlo al máximo. Ya he publicado dos libros, en español, inglés y coreano, y está por salir el tercero. Mi esposo hace la traducción. Yo los vendo por internet”.
La serie tiene como protagonista a “Uno”, que va descubriendo en cada libro un derecho, los irá obteniendo, poco a poco, hasta que los tenga todos: el derecho a tener un nombre, una familia, educación, alimentación, salud, protección.
“El primer libro ‘Uno y el viaje secreto’ habla sobre el derecho a la no explotación infantil y ‘Uno y el misterioso fantasma’ aborda el derecho que tienen los niños con discapacidad a tener una vida plena. Al protagonista le falta un brazo, porque le explotó un cohete. Él aprenderá que, aunque tiene una limitación física, tiene talento y puede sobresalir en el mundo. En la historia, los niños cuando están tristes son blancos o transparentes; cuando están alegres, cambian de color. Hay una evolución del personaje en cada libro”, relata.
El equipo de trabajo que Rocío ha creado, aparte de su esposo, incluye a un psicólogo, que evalúa los textos para cuidar todo lo relacionado al personaje central, y un ilustrador. Ambos también salvadoreños. El paraguas desde donde se realiza todo el trabajo es la editorial “Story Nara”, que ella creó. “Trabajamos por skype, facebook, wetransfer, dropbox… la tecnología nos ayuda a unir capacidades. Me gusta poder destacar a gente talentosa de mi país”.
El tercer libro está prácticamente terminado, incluida la ilustración. “Tengo pendiente mejorar la promoción y la venta de la serie. Mis amigos me ayudan a tener espacios en medios de comunicación, para darme a conocer. Nos han entrevistado en El Salvador, en Corea, en varias radios, pero esa parte del proceso es realmente dura”, reconoce.
En medio de sus responsabilidades, Rocío también se dedica a promover la cultura salvadoreña en Corea. Es la vicepresidenta de la Asociación de Salvadoreños en Corea, desde la que realiza actividades de apoyo en la Embajada salvadoreña de ese país, ayuda a los salvadoreños que llegan en el proceso de integración social y cultural, entre otras funciones. “Una de las cosas que más me gustan de la asociación es que mis niños pueden estar en contacto permanente con mi cultura, que también es la de ellos. Que se familiaricen con más gente salvadoreña, que conozcan la comida, las palabras tan particulares que tenemos. Ellos entienden español y coreano, son bilingües. Quiero que vean la importancia del español en sus vidas, que no lo olviden, que amen y se sientan orgullosos de las raíces de mi familia, mis amigos, mi comunidad. Por eso también escribo libros. Para dejarles ese legado y sean personas abiertas al mundo”.
La crianza de sus hijos es algo que, como a cualquier madre y padre, le preocupa. Dice que el Estado coreano facilita las llamadas “Casas de infancia”, que son espacios parecidos a una guardería, donde los niños van desde pequeñitos, para que las madres, trabajen fuera de casa o no, puedan tener tiempo de desarrollar sus tareas. Ahí pasan unas 5 horas y comen, juegan, aprenden y están pendientes del calendario de vacunas, de manera muy controlada. El gobierno financia una parte y la otra la asumen las familias. “Yo pago 100 dólares por mi hija. Pero si un extranjero no tiene seguro, le toca pagar unos 500 dólares. Es bastante caro. No todo es bonito, como se puede pensar. En una guardería anterior yo veía que todos los niños dormían su siesta bien puntuales, ordenaditos y tranquilos. Mi sorpresa fue que, cuando llegaron las vacaciones, me dieron unas gotitas que les daban a todos para dormir. Me asusté mucho y la saqué inmediatamente de ahí. Ahora estoy mucho más pendiente de ese tipo de prácticas”.
El aspecto legal de su proceso migratorio ha sido también un punto determinante. “Yo he tenido suerte, porque al tener hijos en común y haber vivido mi esposo en El Salvador, se demostraba fácilmente que nuestra relación era real. Pero aquí son bien estrictos con el tema de los matrimonios por conveniencia. Se dan mucho y la Policía investiga bastante, antes de autorizar cualquier trámite. Tuve que estudiar coreano para la entrevista, pues exigen un nivel mínimo del idioma para aprobarte la residencia”, detalla.
El enfoque profesional por el que quiere continuar lo tiene claro: Seguir con la publicación de sus libros sobre los Derechos de la Niñez y promocionar también otra serie de pequeños tomos sobre la higiene, dirigida a niños menores de 4 años. “Ya están traducidos y listos para ser lanzados. Tengo que ponerle mucho empeño, porque mis hijos están a la expectativa de la continuación de mis historias y me preguntan muchas cosas sobre el destino de los personajes. Son mis grandes lectores. Eso para mí es una gran recompensa. Saber que conecto con ellos también a ese nivel me hace sentir que el camino que he elegido es el adecuado”, finaliza.
*Para las personas interesadas, los libros de Rocío Rivas pueden encontrarse en https://www.facebook.com/STORYNARA/
Felicidades por la creación de libros para niños , estás haciendo labor social al educar a las nuevas generaciones sobre sus derechos y deberes. Abrazos desde New York