Una llave que podría abrir la puerta a un verdadero cambio de vida. Así fue como Verónica Löfgren simbolizó, en el año 2009, lo que podría representar viajar a un país como Suecia. Hasta ese momento, se había desarrollado como periodista en su natal El Salvador. Su hermana había emigrado antes con su sobrina y la posibilidad de ayudar en el cuidado y la crianza de la niña la motivó aún más para decidirse por el cambio de vida. “Además, mi necesidad de transformación personal era tan grande que decidí dar el salto sin paracaídas: de tener una posición social y laboral cómoda y bien valorada, me vine a este país a empezar de cero, sólo con el pago puntual de los artículos que escribía y algunos viáticos que me daban. Dentro de todo, tuve suerte de que mis exjefes me apoyaran dándome la corresponsalía”, recuerda.
Llegó a Suecia en el mes de abril, en una supuesta primavera que la recibió con muchísimo frío y el cielo gris. Y esos eternos días nórdicos marcados por la oscuridad, que empezarían a formar parte de su vida. Aunque ingresó al país de manera legal, no tenía contactos profesionales y tampoco hablaba sueco. Su nivel de inglés era aceptable, pero tampoco con un dominio que le permitiese abrirse muchas puertas, en ese momento. “Me buscaba la vida dando clases de español, para ganar algo de dinero. También limpiaba casas, cuidaba a ancianos y a gente con discapacidad. Eso fue duro para mí, pero así fue y forma parte del proceso de adaptación que en ese momento viví”, reconoce.
Los dos primeros años pasaron entre esfuerzos por adaptarse a su nueva cultura e idioma y encontrar mejores opciones laborales. En medio de ese proceso, por mediación de unas compañeras latinoamericanas, conoció a Michäel, un sueco que llegaría a convertirse en su pareja. “Yo no tenía muchas ganas de iniciar una relación de pareja, pero las cosas se dieron y nuestra relación fue buena desde el principio”.
La dificultad de decidir
Llevaban juntos un tiempo cuando, un día, su exjefe en el periódico de su país fue nombrado jefe de Misión Adjunto en la Embajada de El Salvador en Washington. Él la contactó para decirle que necesitaba a alguien de confianza, para ser su asesora de Comunicaciones. “A mí me interesó la oportunidad, pero el puesto tardó en definirse”. Luego de varias semanas de espera, Michäel le comentó que le habían propuesto una misión de trabajo en Shanghai, China, y que iba a extenderse durante 6 meses. Le propuso que viajara con él. Ella estaba dispuesta a acompañarlo y vivir esa experiencia tan particular cuando, de repente, le avisaron que su puesto en Washington por fin se había aprobado y que tendría que viajar a Estados Unidos cuanto antes, para iniciar su trabajo. Verónica se vio en la encrucijada de decidir entre su vida laboral y personal, que recién estaba iniciando, pero que deseaba construir con cimientos sólidos. Sin embargo, el compromiso hacia su exjefe, el deseo de servir a su país y la pasión por el periodismo y las comunicaciones pesaron más en la balanza. En 2011, partió a Washington y se despidió de Michäel, quien, a su vez, voló a China a su viaje de trabajo.
“Eran 12 horas de diferencia entre los dos. Tratábamos de comunicarnos todos los días a eso de las 8:00 am. Mi día empezaba y el suyo terminaba. Fue realmente difícil mantener así la relación. Pero ahí me di cuenta de que cuando hay confianza, ilusión y fe en construir algo y existe un vínculo fuerte y sincero, no hay fronteras físicas que impidan que una relación crezca y una pareja se consolide. Al poco tiempo, él llegó a Washington para celebrar mi cumpleaños y estar juntos. Un día mi mamá me dijo: ´Hija, en la vida es más difícil encontrar a un buen hombre que encontrar un buen trabajo’. Sentí en mi corazón que tenía razón, que debía apostar por mi vida personal y entregarme a nuestra relación. Fue difícil dejar mi trabajo en Washington, pero más difícil volver a Suecia, a empezar de cero, otra vez”.
Verónica sentía que había vivido tantas dificultades laborales en su primera etapa laboral en Suecia que las chaquetas elegantes, los accesorios y los tacones los dejó en Washington, convencida de que nunca los volvería a utilizar en un entorno de trabajo. “Sentía la gran barrera del idioma como una pesada losa que impedía mi progreso profesional. El sueco es realmente un idioma difícil para quien no es nativo”.
Sin embargo, este segundo “combate” con el idioma fue distinto y mucho más productivo que el primero. Desde su llegada, se incorporó, durante dos años, a las clases gratuitas que brinda el Estado, en las que se adquieren las bases de la lengua y se extiende también el diploma del bachillerato sueco. “Aprendí a ser flexible y humilde en mi proceso de aprendizaje. A hablar sin miedo a equivocarme, a entender que hay fonemas que para nosotros son casi imposibles de pronunciar y es absolutamente normal. Eso no iba a mermar mis posibilidades de comunicarme. Tengo la ventaja de que soy muy curiosa y preguntona, no me da vergüenza hablar con la gente y me siento agradecida cuando me corrigen, porque así es como de verdad se aprende. Fue duro ese proceso, porque además trabajaba y era cansado, pero yo quería aportar también al hogar”, añade.
Repensar la maternidad
Junto a su desarrollo e integración en el país, su vida personal iba avanzando también. Tiempo después de contraer matrimonio, la noticia de un esperado embarazo llegó. Pese a haber vivido un primer trimestre de gestación con síntomas realmente incómodos, no disminuyeron su esfuerzo y ganas de estudiar. “Vivíamos en el campo y no había transporte público que conectara bien con mi escuela. Como no tenía licencia para manejar, salía de casa con mi esposo a las 6:30 am y regresaba hasta las 5:30 pm, cuando él me recogía. Ahí pasaba todo el día, estudiando, hablando con la gente. Todo el mundo me conocía. Me dejaban la llave de un cuarto, por si quería descansar un poco, durante el día. Entonces, decidí que no podía seguir dependiendo de mi marido, que era urgente sacar mi permiso para conducir, que aquí en Suecia es algo complicadísimo”.
Tan difícil es pasar las pruebas teóricas y prácticas, que Verónica cuenta que en el país existen tarjetas para felicitar en días especiales de la vida de una persona: nacimiento de un hijo, boda, graduación y… el día en que se obtiene la licencia de conducir. Es todo un hito en Suecia. “Conozco gente que lleva 11 intentos y no aprueba. Yo lo conseguí en la segunda oportunidad. Lógicamente, he tenido que quitarme todos los vicios que traía de conducir en El Salvador”, dice entre risas.
En el año 2013, nació su hijo, Matteo. Su crianza ha representado uno de los mayores choques culturales que ha vivido desde que llegó al país: “Aquí los hombres ejercen una paternidad muy activa. Mi marido se involucra a tal punto que yo realmente he tenido que replantearme lo que significa la maternidad para mí y cómo quiero ejercerla. Vengo de un matriarcado de un país como El Salvador. Mi hermana es madre soltera. Mi mamá es una mujer con carácter fuerte. Ahí lo normal es que la mujer sea cabeza de familia, que ejerza mucha influencia, que sea la que está presente en todo, la que atiende, la que guía a los hijos, la que los alimenta y los nutre emocionalmente. Pero, ¿cómo te planteas todo eso cuando tienes a un compañero que hace eso y más y que considera que no debe de haber ninguna diferencia entre hombre y mujer, a la hora de amar y atender a su hijo? ¿Cómo te posicionas en tu familia, desde ese escenario en el que la casa puede funcionar perfectamente, aunque no estés presente? Ha sido todo un aprendizaje para mí, porque debo darle el espacio que se merece también a él y entender que mi hijo aprenderá a construir un modelo familiar distinto al que yo tuve de niña. He tenido que soltar muchas cosas mías, deconstruirlas, para dar lugar a esta nueva relación de pareja y de familia”.
El Estado sueco facilita 440 días de permiso por el nacimiento de un hijo, con derecho a recibir el 80% del salario. Este tiempo puede dividirse entre el padre y la madre, como ellos estimen conveniente. Eso sí, es obligatorio que el padre se tome al menos 180 días de ese tiempo. Esos días se pueden usar hasta que el niño tenga siete años.
El amor a la naturaleza y el afán por estar permanentemente ocupados es uno de los aspectos que más llama la atención de Verónica, con respecto de la cultura sueca. “El modelo IKEA los define totalmente. Son felices armando cosas, inventando, construyendo. Por un lado, es caro pagarle a alguien para que te arregle algo aquí, así que todo mundo aprende a ser autosuficiente. Y, por otro lado, es una buena manera de mantener a raya a la depresión, que es una enfermedad muy común en esta sociedad. El clima te puede deprimir, si no tienes tu mente ocupada. A mí me da mucho más bajón emocional la oscuridad que el frío”, explica.
La “fika” no se toca
La cultura laboral sueca es también admirable, según la experiencia de Verónica. “Son dedicados, exigentes en su trabajo, no les gusta hacer trampa en nada, son muy productivos con su tiempo. En eso me he adaptado súper bien, porque yo siempre he sido muy trabajadora”.
Dentro de esa cultura laboral, es famosa la llamada “fika” o pausa café, que es un momento en el que se aprovecha para que todos puedan reunirse, durante unos 20 minutos, durante la mañana y la tarde, para hablar sobre diferentes temas de interés. “Lo bonito es que se mezcla todo el mundo, desde el jefe hasta la secretaria, la persona que limpia, todos, no hay diferencia entre la gente”. Tan respetado es el momento de la “fika” que Verónica recuerda con humor el día que, estando en las clases de sueco, propuso a la maestra, en nombre de todos los alumnos, que se saltaran la “fika” para terminar más temprano. “¡Estamos en Suecia y la ‘fika’ se hace siempre!”-me dijo- “no se me ocurrió volver a mencionar el tema, jaja!!”.
La conocida práctica de dejar a los bebés solos, en sus cochecitos, afuera de las casas, al aire libre, para que se vayan acostumbrando al frío fue otro elemento de contraste que le tocó vivir. “¡Yo casi me moría del susto y la preocupación cuando dejé por primera vez a mi hijo! Yo estaba pegada a la ventana viéndolo, pensando en que me lo podían robar, a él y al cochecito, o que podía llegar algún animal a hacerle daño. Después entendí que es para que se vayan aclimatando, se enfermen menos y aguanten mejor el invierno. No es bueno abrigarlos demasiado. Ellos duermen muy bien así. Ahora ya me acostumbré”, dice.
Cuando ya tenía un mejor nivel de sueco y un mayor conocimiento de la cultura del país, Verónica pensó que era el momento de intentar abrirse camino a nivel laboral, en algo más acorde a su preparación como periodista y comunicadora. “Creo que los suecos son buenos en dar la bienvenida en su país, pero no en la integración de la gente que llega. Creo que todavía no aprovechan del todo el capital humano extranjero”. Ejemplo de ello son los refugiados sirios que han llegado en los últimos años, con formación en Medicina e Ingeniería, entre otras carreras. Recientemente, el Estado ha desarrollado un programa llamado “Camino corto”, en el que los inmigrantes aprenden el idioma y, a la vez, ofrecen prácticas laborales para insertarlos en el mercado de trabajo. “Ahora empiezan a conocer mejor el perfil de la gente y a conocer sus capacidades. Cuando yo estaba recién llegada, en mis clases estaba mezclada con kurdos y somalíes, muchos de ellos analfabetas”, recuerda.
Su perseverancia y esfuerzo rindieron frutos. Verónica consiguió trabajar en el Ayuntamiento de su ciudad, Falköping, ubicada entre Estocolmo y Gotemburgo. “Cuando llegué y demostré lo que sabía hacer, se quedaron sorprendidos conmigo. Desarrollé el programa ‘Amigo del idioma’, para ayudar en el proceso de integración en mi ciudad. Formábamos parejas entre una persona inmigrante y voluntarios suecos, para que aprendieran el idioma y compartieran aspectos mutuos de su cultura. Quedaban para tomar café, mostrarles la ciudad, etc. Los estereotipos negativos en este país no existen tanto hacia los latinoamericanos, sino más bien hacia las personas de Oriente Medio y África”.
Aunque la sueca, en general, es una sociedad bastante abierta, laica y respetuosa de la diversidad cultural y religiosa, el terrorismo ha calado hondo y ha generado mucho miedo en la población. “Hay sectores que se están radicalizando y, como siempre, se hace un uso político de ello. Hay mucho por sensibilizar y por aprender todavía”, sostiene.
No conforme con el nivel alcanzado profesionalmente, el salto cualitativo en su trabajo llegó, hace un año, cuando Verónica fue contratada para ser Oficial de Comunicaciones en “Vicking Genetics”, una empresa de genética bovina, líder en el mercado nórdico. Ella es la encargada de desarrollar y ejecutar la estrategia de marketing y comunicación, para abrir mercado en Australia, Reino Unido y Estados Unidos.
“Mi jefe en el Ayuntamiento y mi marido me alentaron a presentarme al puesto. Pasé un largo y exigente proceso de selección, pues es una empresa con capital y personal de Finlandia, Dinamarca y Suecia. Yo había trabajado algo en el área de agricultura, cuando estuve en la sección de Economía del periódico salvadoreño, ¡pero nunca pensé terminar trabajando en genética de vacas!”, reconoce.
Con la entrega al trabajo y la exigencia personal que la caracteriza, ha devorado documentos, investigaciones y artículos sobre el tema y ya tiene un buen dominio de la temática. “He aprendido, por ejemplo, que cuando dos razas distintas se unen, lo que surge como cría tendrá como característica una mayor vitalidad y resistencia. Es un vigor híbrido. Se llama ‘heterosis’. Y eso se aplica a todos los seres vivos. Por eso, cuando veo a mi hijo con tanta energía, que es tremendamente incansable, pienso que todo tiene una explicación genética. Yo lo mando a correr alrededor de la casa, a ver si así se calma. Esta es una solución 100 por ciento salvadoreña y a mí me funciona, jaja!!”.
Contenta con haber conseguido su plaza fija en la empresa y con seguir definiendo objetivos personales y profesionales en su vida, Verónica asegura que, después de todo, su experiencia ha representado un balance positivo: “Debo reconocer que mi inserción laboral ha sido la verdadera llave para fortalecer mi autoestima, nuevamente. Para conectar con lo que soy realmente. La maternidad y la familia son muy importantes para mí, pero soy también una mujer vocacional, que me encanta trabajar. Los nórdicos no son de presumir nada o ponerse muchas medallas, porque no está bien visto socialmente. Pero yo me digo a mí misma que tener la oportunidad de desarrollarme en mi carrera en esta sociedad es algo que me ha costado mucho y es un mérito que me lo he ganado a pulso. Y me siento orgullosa de haberlo conseguido”, finaliza.
Muy interesante historia ! Y admirable mujer Salvadoreña!
Me alegra que le haya gusta, Ely. Gracias por leernos 😉
Me alegra que una salvadoreña demuestre en uno de los paises mejor calificados en varios aspectos, que las mujeres salvadoreñas tenemos temple y si se nos presenta la oportunidad de superarnos, la aprovechamos. Es claro tambien que a ella de niña le inculcaron valores, le estimularon su autoestima y su deseo de superarse. Jovenes salvadoreñas, nunca hay que darse por vencidas. Somos capaces de triunfar si nos lo proponemos y luchamos por alcanzar nuestras metas.
Sí, Ana Guadalupe. La determinación y la fe en lo que hacemos nos abre puertas y nos ayuda a conseguir nuestras metas. Historias como las de Véronica, realmente, nos inspiran a seguir luchando 🙂
Me ha gustado mucho la historia y me siento totalmente identificada, ya que soy una salvadoreña recién he llegada a Suecia y estoy pasando por los mismos obstáculos que ella menciona en su historia y eso me da ánimo para continuar y no perder la fe de que se puede salir adelante a pesar de la limitante del idioma y de la falta de contactos para obtener una oportunidad laboral ???
Me alegra que te haya gustado, Patricia. Los inicios en otro país siempre son duros, pero con determinación, paciencia y fe se pueden superar muchos obstáculos. Mucho ánimo en tu proceso! Un abrazo 🙂
Sarita he leído esta nota y me llena de felicidad y orgullo como salvadoreña, saber que después de tantos años y esfuerzo, ha logrado realizarse en todos los aspectos de su vida y se ha abierto camino en Suecia, un país con muchas bondades para sus habitantes y con muchos retos para foráneos. Su testimonio deja en claro que sólo las mujeres luchadoras por naturaleza superan todo tipo de barreras y se abren camino para brillar en cualquier país del mundo y que vale la pena partir de cero cuando se buscan realizar los sueños. Mi cariño y un abrazo con el calorcito de nuestro querido El Salvador.
Al inicio de mi comentario me dirijo a «Sarita» el primer nombre de esta admirable mujer, Sara Verónica López, a quien conocí en La Prensa Gráfica de El Salvador. Aclaración necesaria, para que los lectores no crean que me equivoqué en su nombre.
Gracias por la aclaración, Tania. Yo también la conocí como Sara Verónica. Comparto totalmente sus palabras de admiración y cariño hacia ella. Un saludo 🙂
No cabe duda que no salirnos del camino hace que aunque haya obstáculos podemos llegar hasta la meta… Bravo por Sara pionera en otro país diferente al suyo !!!
Sí, Ingrid, es verdad. No perder de vista el objetivo, pase lo que pase, es lo principal para llegar a la meta. Conseguir el dominio del idioma, como en el caso de Verónica, es quizá el muro más alto de saltar cuando se vive en una cultura distinta. Si se consigue, las demás cosas se van dando, poco a poco. Un abrazo para ti 🙂