Por: Claudia Zavala
La salvadoreña Jackie Reyes Yanes es conocida por su labor comunitaria en la Alcaldía de Washington. Cuando habla de su trabajo, hay una pasión que desborda sus palabras y es notorio que se siente plena impactando positivamente la vida de las personas latinoamericanas que llegan a la oficina que dirige.
Ella sabe lo duro que es empezar de cero en un entorno diferente. Cuenta que llegó a Estados Unidos, en 1990. Su padre había emigrado al principio de los años 80 en plena guerra salvadoreña. Jackie se quedó viviendo en su pueblo de origen, el Cantón Las Marías, en Nueva Esparta, La Unión, bajó el cuidado de su abuela paterna, Carmen Lucilda. “No me crié con mi mamá, nadie nunca hablaba de ella en casa. Yo vivía con mis tíos y una prima en el cantón. Cuando la guerra empeoró en el interior del país, mi abuela me mandó con otra tía a San Miguel. Durante esos años, aunque tenía el amor de mi abuela y mi tía, fui una niña solitaria realmente. Cuando tenía 12 años, me fui con mi papá a Washington”.
Su padre había aprovechado la reforma migratoria promovida por Ronald Reagan, en 1986, se había legalizado y había iniciado trámites de residencia para su hija. Cuando, por fin, pudieron reencontrarse después de tantos años de separación, Jackie recuerda que el choque cultural que vivió al llegar fue más fuerte en su casa que en el entorno social, pues emocionalmente se sentía distante y desconectada de su padre, quien ya había formado otra familia en Estados Unidos.
“No sabía inglés, pero siempre he sido muy curiosa y lo aprendí rápido. A los seis meses ya lo estaba hablando. Intenté hacer amigos en la escuela, para compensar lo mal que me sentía en casa. Me volví una niña extremadamente rebelde. No quería estar con mi papá. Cuando fui a El Salvador, para celebrar mis 15 años, le rogué a mi abuela que no me dejara ir a Estados Unidos. Le dije que me tiraría a las calles, que me haría drogadicta, que me dejara vivir con mi gente. Ahora entiendo que ella quería lo mejor para mí y, en un país en guerra, ¿qué puede haber de bueno para una niña? Lastimosamente, yo no entendí. Fui muy inconsciente y, cuando volví, a los pocos meses, salí embarazada”.
Convertida en una adolescente embarazada y sin sus estudios concluidos, la relación con su padre empeoró y, aunque él le ofreció que se quedara en casa, Jackie se fue a vivir con su pareja, otro muchacho de su edad de origen colombo-ecuatoriano. Y se casaron. Ambos empezaron a trabajar en lo que podían para recibir a la criatura, que nació prematura, de 7 meses. “En esa etapa, empecé a conectar con el trabajo de las organizaciones sin fines de lucro. Encontré el Centro Latinoamericano de la Juventud (LAYC, por sus siglas en inglés). Ahí me orientaron, me asignaron una trabajadora social. Me ayudaron psicológicamente a enfrentar mi maternidad. El mundo se me giró por completo. Yo me dedicaba exclusivamente a mi bebé, ella era todo para mí. Como siempre fui una niña sola, anhelaba tener una familia grande. Con 18 años tuve a mi segundo hijo y, a los 20, a la tercera. Entonces, me separé de mi esposo. No nos supimos comprender como pareja. Fue algo realmente desgarrador. Sentía que me iba a morir. Sola, con 21 años y 3 hijos que sacar adelante. Necesitaba ayuda, pero tampoco paraba de resonar en mi mente la frase que siempre me decía mi papá: ‘yo no te he traído a este país para que seas una carga pública’. Realmente estaba desesperada”.
Fue en el mismo Centro Latinoamericano de la Juventud donde Jackie recibió una oferta laboral como asistente de un programa que ayudaba a jóvenes en riesgo de caer en las pandillas, un problema muy preocupante en la comunidad latina y afroamericana de Washington. Ahí aprendió a desarrollar actividades estratégicas, realizar presupuestos, solicitar y gestionar fondos, entablar contacto con la ciudadanía y, además, le permitía la flexibilidad horaria para que pudiera encargarse de sus tres hijos. “Ganaba 23 mil dólares al año. Eso es bien poco para los gastos de aquí. Vivía en un apartamento de una habitación donde dormíamos los cuatro. Cuando pagaba alquiler, comida y demás facturas, a veces, sólo me quedaban 5 dólares. Compraba ropa de segunda mano. La lavaba bien. Mis hijos siempre iban muy limpios y bien vestidos. Identifiqué tiendas donde por 20 dólares compraba un montón de juguetes. Ellos ahora me dicen: “Mom, te la ingeniaste tanto, que nunca supimos que éramos pobres”.
A esas alturas, la visión de Jackie ya había cambiado. En diversas ocasiones, su abuela le había dicho que volviera a El Salvador, que ella le ayudaría con los niños, que no tenía que estar pasando por esa situación tan difícil sola. Pero en Jackie ya existía un espíritu de superación y una incipiente vocación social y comunitaria que la llevaba a dedicar horas extra a su trabajo. “Me mandaban a áreas bien feas y peligrosas donde vivían latinos y afroamericanos. Estaban en una verdadera situación de riesgo, sin muchas oportunidades. Es una alegría para mí ver que ahora algunos son bomberos o que incluso trabajan en la alcaldía, son personas de bien”.
Un día, uno de los edificios de la zona, donde vivían en su mayoría latinos, se quemó. La dueña ofreció 500 dólares a cada familia, para que volvieran a vivir y no protestaran. Pero era una cantidad absurda, pues sólo el alquiler de un mes era más caro y los gastos de los daños mucho más. “Yo me involucré para encontrar una solución. Hicimos una comitiva para reclamar por sus derechos y, finalmente, la mujer terminó vendiendo el edificio ¡por un dólar! ¡increíble! Por primera vez, comprobé que cuando la gente se une y tiene un objetivo en común puede conseguir cosas. También me di cuenta de lo mal que vivían muchos inmigrantes y del miedo que tenían a reclamar sus derechos”.
La figura de Jackie, poco a poco, se iba haciendo más notoria en su comunidad. A los pocos días, recibió la invitación para participar en un Comité de Acción Política, donde se discutiría la posibilidad de conseguir el derecho a voto para las personas residentes legalmente en Washington, y no sólo a las ciudadanas. Jackie tenía 24 años y fue nombrada directora de Membresía. Esa experiencia la llevó a conocer un poco más las entrañas de la política local de su ciudad. Eso, a su vez, la puso en la mira del entonces candidato a la alcaldía de Washington, Adrian Fenty, quien la reclutó para su campaña, por la capacidad que tenía para conectar con la gente. Era el año 2007.
“Me involucré como voluntaria, no me pagaban. Me entrenaron hasta en la manera de tocar la puerta de la gente -3 golpes secos- en cómo debíamos ir vestidos y cómo comportarnos ante ellos. Yo siempre he sido gordita y, un día, estaba tan cansada que decidí sentarme en una silla. El candidato me corrigió y me dijo que no quería que me volviera a sentar. ‘Es mi imagen’, me recalcó. Ahí se me salió lo salvadoreña y le dije: ¿ah, sí? Pues muchas gracias, aquí le entrego su camiseta. ¡Adiós! Y me fui. A los días, o recapacitó, o vio que no tenía a otra persona que hiciera lo que hacía yo. Me llamó. Me dijo que me pagaría para ser parte de su equipo y que me preparara para dos meses duros de campaña. Creí en el programa de reforma educativa que tenía para transformar nuestras escuelas, que daban lástima. Decidí apoyarlo”.
Por la dedicación exclusiva que emplearía en la campaña, Jackie decidió enviar a sus tres hijos con su madre, a Houston. Aunque no se había criado con ella, años atrás, en aquel viaje realizado a El Salvador, para celebrar sus 15 años, había decidido buscarla. Por medio de un familiar, descubrió que su mamá también vivía en Estados Unidos y empezó a tener contacto con ella, pero reconoce que nunca llegó a consolidar una relación realmente cercana con ella. Sin embargo, tenía claro que sus hijos tenían derecho a convivir con su abuela y a desarrollar un vínculo distinto con ella. Su mamá lo aceptó y se encargó de cuidarlos, mientras Jackie se implicaba en sus labores políticas en Washington. “Es una de las cosas de las que me siento orgullosa. Ellos adoran a mi mamá”.
La campaña fue todo un éxito y Fenty tuvo una victoria apabullante. Jackie fue nombrada asistente de Relaciones y Servicios Comunitarios. Aunque el pago durante la campaña habían sido 500 dólares semanales, ella cuenta que cuando el alcalde la llamó para informarle de su cargo, le dio un bono de 10 mil dólares. “¡Nunca había tenido tanto dinero en mi vida!”, recuerda.
Poco a poco, la implicación de Jackie en el trabajo le fue dando más visibilidad como enlace entre la alcaldía y la comunidad latina en Washington. Su vida personal, en cambio, había iniciado una etapa complicada de gestionar, pues su hija mayor se había convertido en una adolescente rebelde y bastante problemática. “Un día, en nuestro apartamento se había arruinado el baño. La administradora me dio las llaves de otro apartamento que estaba desocupado, para que pudiéramos ir ahí, mientras lo arreglaban. Mi hija escuchó y yo no me di cuenta. Ese mismo día, cuando estaba en el trabajo, me llaman y me dicen que mi hija había entrado a ese apartamento con un grupo grande de jóvenes y estaban fumando marihuana. Yo misma llamé a la policía. Y pedí que la detuvieran. Fue muy duro hacerlo, pero ya no sabía cómo corregirla y que entrara en razón. De remate, sus dos hermanos veían ese ejemplo. Tenía que cortarlo de raíz. La crianza como madre soltera es muy dura. Mi papá me decía: ¿ahora me entiendes, verdad? Creo que gran parte de los problemas de nuestros jóvenes latinos se dan porque sus padres trabajan mucho, no están presentes, no hay disciplina en el hogar y no conocen los límites. Es importante ser firme, aunque nos duela el corazón”.
Jackie reconoce que, durante todos estos años de trabajo, no ha evidenciado de manera directa ningún comportamiento grave de discriminación hacia ella, pero sí ha vivido situaciones incómodas que ha tenido que encarar. “También tiene que ver con mi carácter. Soy fuerte y no me dejo. Creo que les daría miedo acosarme o decirme algo, jaja! Aunque cuando estaba recién llegada a la política, con 25 añitos, un hombre latino y un afroamericano sí me vieron como ‘carne fresca’ e intentaron aprovecharse. Les puse sus límites, claro. He vivido el juego político de que te hagan sentir menos por tu lugar de origen, tu clase social, o porque no tengo los estudios que otros tienen, aunque sí me formé en trabajo social. Pero mi labor es directa con la gente, eso se trae, se siente, no es de la universidad, y mi empuje es lo que me ha hecho llegar hasta donde he llegado. También me han ninguneado por mi acento. Yo he aprendido perfectamente el inglés, me comunico súper bien. Eso es suficiente. ¿Por qué tendría que cambiar mi esencia?”.
Luego de su trabajo con Fenty, Jackie comenzó a colaborar con el entonces Concejal Jim Graham, como directora de Asuntos Latinos y Alcance Comunitario. Con la llegada de Muriel Bowser a la alcaldía de Washington, Jackie dio un salto mayor en su carrera y fue nombrada directora ejecutiva de la Oficina de Asuntos Latinos de la Alcaldía (MOLA, por sus siglas en inglés), convirtiéndose en la primera mujer salvadoreña que dirige esta agencia. Desde su llegada al cargo, Jackie ha conseguido que el presupuesto de su oficina aumente de 2.9 millones a 5.9 millones de dólares. Se ha enfocado en la ejecución del Programa de Servicios de Justicia para los Inmigrantes, ha desarrollado un acuerdo de ciudades hermanas entre Washington D.C. y San Salvador y ha consolidado el financiamiento para la restauración de los departamentos Monseñor Romero, en Mount Pleasant, que fueron destruidos por un incendio, en el año 2008, entre algunos de sus logros.
Al hacer el balance de casi 30 años de proceso migratorio en el que su implicación social y comunitaria ha sido un eje indiscutible, Jackie reflexiona sobre las diferencias que ve en la comunidad salvadoreña en Washington, a lo largo de tres décadas: “La gente que emigró en la época de la guerra era más pobre y con pocos estudios. Ahora tenemos a personas más formadas, de todos los niveles, con más sentido de comunidad, aunque todavía nos falta consolidarnos. Esas diferencias hay que aprovecharlas. Todos los dedos de tu mano no son iguales, pero deben articularse juntos para funcionar. En el plano personal, estoy feliz en mi rol de abuela. ¡Tengo dos nietos preciosos! Una de 2 y uno de 1 añito. ¡Me tienen loca de amor! Estoy orgullosa de mis hijos. Tanto esfuerzo ha valido la pena. La mayor estudia Business Management, tiene su casa propia, trabaja. La otra estudia Derecho. Y el varón es electricista profesional, en Houston. Yo ahora empezaré un curso en la Universidad George Washington al que me manda la alcaldesa. Sigo estudiando para mejorar en mi trabajo. Vivo sola y estoy más centrada en mí. Quiero estar más enfocada en mi salud y hacer ejercicio. ¡Tengo que estar bien fit para mis nietos! Después de todo este tiempo, creo que el racismo y la discriminación se dan porque no nos conocemos como personas. Cuando nos mezclamos, nos escuchamos e intercambiamos ideas nos damos cuenta que tenemos aspiraciones parecidas. Nadie viene aquí a quitarle nada a nadie”, finaliza.
Maravillosa historia de superación personal y compromiso social !! Mis mas sinceras felicitaciones !!
Admiración y mucho aprecio.
Prima bella sos un orgullo para la familia. Te deseo lo mejor.
La superación es un camino y lo logra quien en realidad quiere…. Muy bonita historia de superación y orgullosa de tan ardua labor, tu trabajo se mira y se siente por el amor y la dedicación que le pones.
Éxitos y adelante…. Siempre!!!
Orgullosisima denti prima. Un abrazo.
Great content! Super high-quality! Keep it up! 🙂