“La enfermedad y la soledad me han hecho más fuerte”

Por: Claudia Zavala

Carmen Linares rememora con nostalgia las circunstancias previas a su llegada al País Vasco, en  febrero de 2004. “Llevaba casi un año de noviazgo a distancia con un vasco que había conocido en El Salvador. Él me visitaba cuando podía. Yo estudiaba Medicina y estaba bastante avanzada, pero reprobé una materia y debía esperar un año para cursarla. Estaría 6 meses ‘sin hacer nada’ y él me propuso viajar todo ese tiempo, para estar juntos, conocer mejor su cultura y entorno y averiguar cómo hacer el MIR en España. La idea era regresar después, para terminar mi formación en Medicina”.

Carmen se instaló en Durango, en las afueras de Bilbao. El nuevo entorno de vida español se completó con la repentina noticia de un embarazo, sólo dos meses después de su llegada. Su inminente maternidad la hizo, entonces, asentarse en la certeza de radicarse por completo en ese país e ir cambiando, poco a poco, su mentalidad de turista. Su hija, Lukene, nació en enero de 2005. Carmen tenía 26 años. La pareja formalizó su relación casándose, seis meses después del nacimiento de la niña. Los siguientes 2 años, fueron de dedicación exclusiva en el cuidado de su hija.

“Cuidar sola a tu hija es muy duro. La madre de mi esposo había fallecido, su padre es un señor mayor y sus tres hermanas tenían a sus propios hijos y no vivían cerca. Me tocó hacerlo sola, como a muchas mujeres que emigramos. Mi esposo también se implicó mucho en su paternidad. Cuando ya sentí que era momento de volver a mi vida académica y laboral, empecé a buscar información para intentar concluir mi carrera de Medicina. Pero era muy difícil. La universidad más cercana estaba en Pamplona, a una hora y media de donde vivíamos. Con 3 horas de desplazamiento, debía mejor irme a vivir ahí, dejar a mi hija y volver a casa los fines de semana. Además, académicamente, debía repetir toda la parte clínica de mi carrera, era como volver a cursarla otra vez. Fue duro de asumir que no iba a poder hacerlo”.

En 2008, su esposo le propuso traer a su suegra de El Salvador, para que se encargara del cuidado de la pequeña, que para entonces tenía 3 años. La propuesta fue recibida de buena gana y profunda alegría por la madre de Carmen. Comenzaron todos los trámites migratorios, para que ella pudiera viajar al País Vasco y residir con ellos, durante un buen tiempo, de manera legal. Los planes iban viento en popa cuando un día, en junio de 2008, Carmen recibió una llamada que la alertó y preocupó: su mamá estaba teniendo fuertes hemorragias vaginales. “Ella me dijo: ‘será la menopausia’. Le mandé dinero para que se hiciera un buen chequeo en una clínica privada. El diagnóstico fue cáncer de útero. Le recomendamos que viniera a tratarse aquí, en España. Pero me dijo que no quería ser una carga para mí. En El Salvador, aceleraron todo y en agosto la operaron. Al abrirla, descubrieron que el cáncer había hecho metástasis en la vejiga, intestinos… Hasta ese día, mi madre estaba como una rosa. Tenía 52 años”.

En ese tiempo y enfocada en volver a su vida laboral, Carmen había comenzado a trabajar en una fábrica, haciendo piezas para carros. La preocupación volvió nuevamente, en febrero de 2009, cuando Carmen recibió una llamada de su hermana, alertándola del grave estado de salud de su mamá. “Le dije a mi jefa ‘mi mamá se está muriendo, tengo que irme’. Ella me dijo que no me preocupara, que me daban 18 días y me mantenían mi puesto de trabajo. Ese mismo día, compré el boleto de avión a las 2 pm y a las 6 pm me fui a Madrid. Fue el vuelo más caro que jamás recuerde… complicadísimo, horrible, perdí conexiones, tuve que pasar por México, no tenía visa, me tuvieron en un cuarto feo mientras hacía escala… fatal, mientras pensaba en todo momento en llegar a tiempo para despedirme de mi mamá. Cuando llegué, se puso feliz. ‘Dame un abrazo, hija… hagamos las maletas para volver juntas a casa. Yo voy a ponerme bien y te voy a ayudar a cuidar a tu niña, para que termines tu carrera’, me decía”.

 Pese al buen estado de ánimo de su mamá, ya había recibido con rotundidad el diagnóstico de un médico: “No hay nada que hacer. Por su situación, la creatinina se le sube al cerebro y puede entrar en coma, en cualquier momento”. Decidieron, entonces, pasar esos últimos días en casa, en familia. “Le cumplía todos su caprichos… mami, ¿qué quiere desayunar? ¿pupusas? ¿donuts? Lo probaba un poco y ya no quería. Era un esqueletito. Todos los días, a las 8 pm la llevaba al hospital a que le dieran radioterapia. Cuando finalizaron mis días de permiso, tuve que regresar a España. Fue horrible saber que la dejaba en esas condiciones pero, a la vez, me sentí agradecida porque pude estar con ella y despedirme. Murió en marzo de 2009. Y ese sigue siendo el duelo psicológico más tremendo que he tenido que enfrentar en mi vida, en la distancia”.

Encajando el golpe emocional como podía, Carmen continuó un año más laborando en la fábrica automotriz. Pero su deseo de realizarse en la rama sanitaria era intenso, por lo que decidió iniciar sus estudios como técnico auxiliar de enfermería. La formación no le resultó complicada, tomando en cuenta sus amplísimos estudios en Medicina. Los buenos resultados de sus prácticas en una residencia de ancianos le abrieron las puertas para tener un nuevo trabajo. “Empecé como refuerzo los fines de semana, luego me fueron dando más jornadas. He tenido mucha suerte. La gente siempre se ha portado bien conmigo, nunca me han hecho sentir rechazada, sino siempre acogida y valorada”.

El espíritu de lucha de Carmen continuó. Para seguir progresando, de 2010 a 2012, realizó más estudios para titularse como técnico superior de radio diagnóstico. “Yo tenía 33 años. Mis compañeros eran de 18-20 años. Aprendí mucho de ellos, me ayudaron bastante. Todavía conservo amistades de esa época. Fue un tiempo duro y muy intenso, porque tenía que alternar mi trabajo en la residencia de ancianos con los estudios de euskera, ir al hospital para las radiografías cuando me llamaban y cuidar a mi hija. Tenía que estar cuadrando siempre turnos y horarios, era cansadísimo”.

Su ritmo frenético de trabajo cesó por completo un día de 2014, cuando en una revisión ginecológica de rutina, a Carmen le encontraron el útero bastante agrandado. Con sus antecedentes maternos, la batería de pruebas fue prioritaria y urgente. Tenía dos miomas enormes que eran benignos, pero el problema era un tumor pequeñito que había entre ambos. Era maligno y era urgente operar. En el quirófano, Carmen sufrió una parada cardiorespiratoria, por lo que tuvo que ser reanimada con adrenalina y desfribilador, y permanecer un tiempo en observación.

Era noviembre de 2014. Todo lo que sucedió alrededor de su enfermedad y operación marcó un antes y un después en su vida: “En todo ese tiempo, desde que supe el diagnóstico, mi marido nunca estuvo conmigo. No me apoyó. Se alejó emocionalmente. No sé qué le pasó, porque es una buena persona y un excelente padre. Siempre he pensado que fue su mecanismo de defensa, ante la incertidumbre y el miedo. Yo lloraba por las noches y él me decía que cuál era mi gana de sufrir, que no me adelantara a los hechos… Le pedía que me acompañara a las pruebas médicas y me decía que tomara un taxi. Yo dije: ‘bueno, es lo que hay, tengo que tirar pa’lante, por mí, por mi hija. Tomé una pastilla de quimioterapia, durante 3 meses, y no vomitaba, ni se me cayó el pelo. Sólo bajé de peso, porque no tenía hambre. Quise seguir trabajando como siempre, para tener ocupada la mente y sentir que seguía en pie, luchando. No me permití derrumbarme, aunque por dentro estaba rota. Sola. Dos meses después de la operación y de, literalmente, revivir en el quirófano, tomé la decisión de divorciarme de mi marido. Se me murió el amor por el hombre por quien había dejado todo… mi carrera, mi familia, mi país… Sabía que me merecía algo distinto. Y yo estaba dispuesta a salir adelante y aprovechar la nueva oportunidad que me daba la vida”.

Carmen cuenta que logró ahorrar mil euros, para irse de alquiler a otra casa con su hija. Y empezar de cero. Desde siempre y más en ese tiempo, se refugió en la escritura, concretamente, en la poesía, como válvula de escape, para expresar lo que sentía y ayudar en su proceso de sanación personal. De esa etapa surgieron varios de sus poemas más intensos, que comparte en su página personal “Elena Lin” https://www.facebook.com/Elena-Lin-1673476739636521/

Para estabilizarse económicamente y establecer una rutina de horarios enfocada en la relación y el tiempo de calidad con la niña, tomó otra decisión radical: Trabajar nuevamente como operaria en la fábrica automotriz, un empleo que en el País Vasco, conocido por su potente industria, es mejor remunerado que otros trabajos más cualificados académicamente. “Tengo un buen sueldo, trabajo 8 horas sólo de lunes a viernes, un mes completo de vacaciones, 14 sueldos al año, festivos, días libres. El sector sanitario es lo mío  pero, de momento, lo que necesito es esta seguridad y tener tiempo para estar con mi hija. Ella es muy buena jugando basketball y ahora disfruto mucho acompañándola en sus partidos y apoyándola. Noté que, al enfocarme en mi felicidad todo el balance y la tranquilidad que necesitaba llegaron a mi vida. Hace dos años y medio, cuando menos lo esperaba, conocí a la persona con quien ahora  comparto mi vida. Me rompió los esquemas. Es cariñoso, humilde, con un corazón generoso. Hemos viajado juntos a mi país ¡y ahora parece más salvadoreño que yo! Jajaja!! ¡Le encanta! Con el tiempo, me he convencido de que las mujeres salvadoreñas tenemos un gen de supervivencia que, cuando estás sola y en dificultades, se desarrolla aún más. Así lo veo yo y así me gustaría que lo viese cualquier persona que esté atravesando una situación dura. Será capaz. Lo superará, pase lo que pase”, finaliza.

8 comentarios en ““La enfermedad y la soledad me han hecho más fuerte”

  1. Que maravillosa historia de fuerza, valentía y supervivencia ! Dios nunca nos desampara y ud es la muestra de ello . Querida Carmen Dios le dio una nueva oportunidad de vida, aprovéchela y disfrute su nuevo ciclo . Abrazos en is distancia

  2. Espectacular tu historia de vida .. te felicito por seguir adelante y no de tenerte. Me hiciste llorar. Sigue adelante. Dios está contigo.

  3. Increíble historia pero real en las mujeres en las mujeres salvadoreñas, no hay duda en tus palabras pues la fortaleza está primero en Dios, en el pensamiento y la constante lucha por valorarnos como madres y cómo mujeres, adelante, me identifico con tu valentía y empeño por superar etapas y buscar la felicidad.

  4. Dios la siga bendiciendo es una mujer luchadora y se merece ser feliz . Ejemplo para todas las mujeres que quieren salir adelante ;Si se puede con la ayuda de Dios❤️️❤️️❤️️

  5. Quiero encontrar las palabras para poder desirte Querida Carmen que eres una gerrera que eres un ejemplo de lucha que saber tanto que nos has dejado saber de tu vida es muy interesante y saber lo que pasó con tu mamá aiii Dios mio yo estoy aquí leo y leo y saber de mi querida amiga niña Margarita la extraño y todo lo que yo no supe por la distancia en parte me identifico contigo somos muy fuertes nos caemos pero nos levantamos y pues muchas veces con el corazón roto seguimos…..

  6. Carmen Elena he llorado con tu historia. Tu sabes cuanto te quiero y te conozco desde hace muchos anos.
    Eres un ejemplo de mujer guerrera y que le hace frente a la vida ante cualquier adversidad y siempre sonriendole a todo mundo aunque lleves tu problema por dentro.Dios te bendiga siempre..

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