“Soy privilegiada, por trabajar en mi oficio, siendo inmigrante”

Por: Claudia Zavala

Caminar por la calle, rodeada de rusos, italianos, polacos, yugoslavos, armenios, albaneses, chinos, pakistaníes, sirios, iraníes e iraquíes, por mencionar algunas nacionalidades, es lo que Carmen Molina Tamacas vive día a día, en el barrio donde reside, en el sur de Brooklyn, Nueva York. “El contraste cultural es brutal, porque se puede escuchar una docena de idiomas en el mismo momento, y ver indígenas guatemaltecas del Altiplano, usando huipiles y refajos, hablando dialectos maya quiché y usando teléfonos celulares de última generación”, dice.

Para Carmen, periodista salvadoreña, graduada también en Antropología, vivir en semejante contexto multicultural es realmente fascinante. Emigró en junio de 2011, luego de que el desempleo de su esposo fuese el motivo familiar para buscar otras opciones de vida. “Él nació en Estados Unidos. Se había ido a vivir a El Salvador, con el objetivo de ayudar a su mamá en su negocio y trabajó un tiempo ahí. Pero se quedó sin empleo, en 2010. Es contradictorio que, en El Salvador, ser extranjero, educado y bilingüe te hace estar ‘sobrecapacitado’ para el mercado laboral. Sólo encontraba trabajo en un call center, algo que realmente no satisfacía sus expectativas de desarrollo profesional. De ahí que tomáramos la decisión; además, teníamos a una hija que mantener. Antes de formar una familia, nunca pensé en emigrar. Mi familia debió ser de las pocas en las que prácticamente nadie era parte de la diáspora. Recibir remesas era un concepto completamente ajeno. Solamente algunas tías habían emigrado, pero nadie fue forzado por las circunstancias bélicas o económicas que oprimen a la sociedad salvadoreña”, relata.

Después de vender todo y entregar la casa en la que vivían, Carmen y su pequeña hija vivieron un tiempo en la casa de la familia paterna. Su marido viajó antes y pactaron que, en tres meses, volverían a estar juntos. Sin embargo, hasta que las circunstancias fueron las propicias, el reencuentro tuvo que esperar un año. “En ese tiempo, sólo nos vimos una vez. Fue aprovechando un viaje a China que hice, enviada por el periódico en el que trabajaba. Hice escala en Los Ángeles, durante cuatro días, y él voló desde Nueva York para vernos. De ahí, yo volé a China, a trabajar. Aunque nuestro proceso fue muy duro, no se compara con el sufrimiento de cientos de familias que se ven obligadas a separarse, nunca vuelven a verse y, en muchos casos, terminan destruidas”.

Un sistema desconocido

Carmen y su hija aterrizaron un viernes de junio, en Brooklyn. Sólo cuatro días después, un intenso dolor de vientre, posiblemente agudizado por el estrés del viaje, llevó a Carmen al hospital. “Me operaron de emergencia de un quiste de ovario muy grande que tenía. Ahí empezó el impacto con esta sociedad, puntualmente, con el sistema de salud estadounidense. Si bien es uno de los más avanzados científica y tecnológicamente, es una maraña de tecnicismos legales, donde las empresas aseguradoras exprimen a los usuarios y los médicos para obtener lucros exorbitantes. La atención médica no te la niegan, aunque no tengas seguro. Ya después es que empiezan a llegar facturas de 10 mil dólares por aquí, 10 mil dólares por allá. Apelé a las autorizaciones del hospital y me amortizaron los pagos. Mi esposo estaba comenzando a establecer su negocio. Fue muy duro al principio enfrentarnos a esos pagos. Aparte, aquí no tenemos familia extendida que pueda ayudarnos. Sólo estaba mi suegra que, por fortuna, pudo cuidar esos días a mi hija. Junto a ese problema de salud de bienvenida, pasé de ser una periodista trabajadora, a ser una mamá a tiempo completo y periodista cuando se puede”, señala.

Pese al problema de salud inicial y su entera dedicación al cuidado de su hija, Carmen lograba alternar su tiempo como corresponsal periodística y así, sólo un mes después de su llegada, logró publicar su primera nota, referida al ciclista salvadoreño, Giovani Landaverde, que hizo un recorrido en bicicleta desde El Salvador, hasta Nueva York. “Ese fue mi ‘nombre de Dios’. Comencé, entonces, a crear una red de contactos que no tenía”.

Poco a poco, con esfuerzo y constancia, fue avanzando en el conocimiento y funcionamiento de la ciudad y descubriendo la existencia de distintas comunidades, entre ellas, las de salvadoreños residentes, sobre todo, en Long Island, donde hay más redes de apoyo y solidaridad desarrolladas, desde la época del conflicto armado salvadoreño.

Carmen comenta que una de las cosas que más le llamó la atención al llegar es la cobertura social tan amplia que existen para las familias de escasos recursos, quienes reciben el apoyo estatal a través de cupones de alimentos, seguros de salud de bajo costo y programas nutricionales para mujeres embarazadas, lactantes y niños pequeños. “Me da mucha pena ver casos como el de nuestro país, cuando se presentan como logros el vaso de leche, el desayuno escolar, zapatos y uniformes que, si bien son buenos, son precarios. Otro mundo es posible si los impuestos son administrados de forma eficiente”.

En los últimos años, y paralelo a la crianza de un segundo hijo, sus coberturas periodísticas la han llevado a realizar una pequeña radiografía de los guatemaltecos en el sur de Brooklyn y, desde 2014, ha publicado artículos y features sobre diversos temas relacionados con El Salvador. Además, ha profundizado en la historia de las comunidades dominicanas y puertorriqueñas, que son las más predominantes en Nueva York. Sus artículos han podido ser traducidos en  Voices of New York , espacio que recoge lo mejor de la prensa étnica.

Sin duda, su conocimiento e integración en la ciudad han estado marcados por la naturaleza de su trabajo: “Tengo el privilegio de trabajar en mi profesión, algo que es casi imposible cuando uno emigra a otro país. He tenido grandes satisfacciones que quizás nunca hubiera logrado, si no hubiera salido de El Salvador. Por ejemplo, ser coautora del libro Ciberperiodismo en Iberoamérica,  editado por Ramón Salaverría, profesor de la Universidad de Navarra y publicado por la Fundación Telefónica. El hecho de ser periodista me hace ser una persona ‘confiable’. A veces, la gente se me acerca y me cuenta sus graves problemas y, usualmente, tengo un contacto o información que posiblemente puede ayudarles”.

Aunque su desarrollo profesional ha continuado, Carmen destaca que su prioridad, al menos en estos momentos, sigue siendo la crianza de sus dos hijos. Ante la falta de ayuda familiar para cuidarlos mientras ella y su esposo trabajan, ha tenido que priorizar estar con ellos, por encima de las propuestas de trabajo recibidas. “Como a muchas mujeres, me pasa que en mi país teníamos red de apoyo familiar y aquí no. Mi mamá me ayudaba, tenía niñera, mi hermana y suegra colaboraban. Aquí somos una familia nuclear, papá, mama, dos niños. Una niñera te cuesta unos $10 la hora por un niño, es decir un promedio de $100 diarios. Es un privilegio estar en casa cuidando a tus hijos, pero realmente es el trabajo más duro. Hay que adaptarse a la situación que hay”.

Multiculturales, pero segregados

El contacto, desde sus primeros años de vida, con múltiples culturas y nacionalidades ha sido un aspecto absolutamente normal para sus hijos, y lo valora como algo muy positivo desde su perspectiva de criarlos como ciudadanos del mundo: “En el parque se junta mucha gente de distintos países. Pero los adultos tendemos a segregarnos y reunirnos, por afinidades lingüísticas y religiosas. Se ponen las mamás polacas, por un lado; las árabes, por otro lado; las que van completamente cubiertas, por otro; las asiáticas, por otro; las latinas, por otro. Los niños juegan todos mezclados, toleran más y no entienden de diferencias”.

En ese sentido, ella reconoce que los años viviendo fuera realmente la han cuestionado profundamente sobre cuál es su verdadera identidad. “Estoy en permanente búsqueda. Eso es algo vivo, cambiante. Siento que hasta mi acento ha cambiado. Yo no me relaciono con salvadoreños, ni me he fusionado con mexicanos. Somos los únicos latinos que vivimos en este edificio. No es usual, pero se explica por la demografía de la zona, vivimos en la parte ortodoxa judía. Para mí es una constante exploración y me hace plantearme muchas preguntas”, añade.

La comunicación en español en su hogar es algo que Carmen califica como “una afrenta, una lucha permanente” algo que le interesa mantener vivo, pues, aunque ella les habla en su idioma, los niños muchas veces le responden en inglés,  entre ellos hablan en inglés y con su padre, que es nativo, hablan también en ese idioma, pues les resulta más natural.

La seguridad en las calles, con respecto a la incertidumbre y tensión permanente que se vive en su país de origen, es otro de los elementos que destaca del sur de Brooklyn. “Sí, ocurren actos violentos, pero no es la norma. No hay vigilantes en los lugares, porque hay cámaras en todas partes y, si sucede algo, la Policía actúa de inmediato. Siempre hay que tener mucho cuidado con los niños. No es Suiza, es Nueva York. El tráfico es una locura, la gente bien neurótica, de prisa siempre, van hablando por teléfono, se tiran los semáforos, es bastante estresante eso”.

Estar comprometida con un periodismo militante, de protección Derechos de los inmigrantes y de minorías es algo que defiende en su trabajo. Ejercerlo es lo que le ha permitido entender el sistema de salud, educativo y de beneficios estadounidense. Entre sus próximos proyectos destaca ampliar la investigación de la participación de varios artistas salvadoreños como la Melódica Polío, Julia Díaz, Federico Morales y Los Palaviccini en la Feria Mundial de Nueva York, realizada en 1964 y 1965.  Esta investigación posiblemente se convierta en un libro. También tiene como objetivo perfeccionar su inglés a nivel de escritura creativa, para ser realmente una profesional bilingüe.

 “Creo que todavía falta tiempo para que pueda integrarme a un trabajo a tiempo completo. Mis hijos son pequeños y ellos son mi principal proyecto: lograr su éxito académico y personal, rodeados de las mejores condiciones posibles para su desarrollo emocional y social. Según los psicólogos, uno no debe, o no debería, ‘perderse’ en su nueva forma de vida, pero es difícil aceptar las nuevas realidades y circunstancias, cuando uno emigra. Yo siempre me rebelé contra el rol de ama de casa porque, además de ser tradicional, es el trabajo más difícil que hay. Pero tengo mis prioridades familiares y asumo las consecuencias. En todos estos años, el choque cultural ha sido duro. Estar alejada de mi familia y amigos también. Pero, lastimosamente, El Salvador tiene muchos problemas y, aunque Estados Unidos está lejos de ser un país perfecto, hay más oportunidades y espacios para que ellos se desarrollen a plenitud”, finaliza.

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